domingo, 24 de junio de 2018

De despegues, certezas y hogar


Hace poco más de un mes que he cambiado el metro por las cuatro ruedas. Que hago muchos kilómetros al día para ir a trabajar a un hospital con vistas, y sonrío cuando mis dos ciudades me reciben con su horizonte imponente. Que en mi tarjeta ya no pone "Médico Residente de Anestesiología y Reanimación". 


La noche del dieciocho de mayo quería haberme hecho la poeta, y haber hecho lo mismo que mi querido doctor Pozo el día de su despedida. Que agarró una servilleta en la mesa de cualquier bar, y se puso a coser recuerdos. Pero, en mi caso, aquella tarde eran las ocho menos veinte y yo tecleaba a toda leche esperando a que se me secaran las uñas. Como siempre, last minute, mi especialidad: improvisar, tener un plan B. 

Sentía la necesidad de contarles algunas cosas y agradecerles otras tantas a todas las personas que, de un modo u otro, formaron parte de algo tan grande. 

Les conté que la primera vez que, temprano, me topé con la mañana fría al salir a la superficie desde la boca de metro, sonreí. “Hospital 12 de octubre”, había anunciado la megafonía. El lugar por el que tanto habíamos luchado se recortaba contra el cielo nada más salir. Habíamos logrado llegar a tener la oportunidad de convertirnos en anestesiólogos en un gran hospital.

Recuerdo una de aquellas primeras mañanas. Al cruzar las puertas automáticas, escuché a una señora, familiar de paciente, supongo, decir: “Qué mierda todo, Paco”. Y es que sí, quizás, un poco: recién salidos del MIR, ingenuos, aterrizábamos en la vida, y por fin, de verdad, en el hospital. No teníamos ni idea de cuántas miserias ajenas, soledades, malas noticias y noches en vela íbamos a ser testigos.

Podíamos imaginar, pero no sabíamos, lo que nos cambiarían estos cuatro años.
Durante este tiempo nuestros adjuntos y mayores nos habéis guiado. Nos habéis acompañado, llevándonos de la mano y siempre vigilantes al principio, dejándonos abrir las alas después. 
Vivimos el subidón de las primeras veces: la primera intra, la primera central. Las arterias rebeldes, el tubo al esófago. La primera sonrisa, las primeras veces que ayudamos a calmar el miedo de un paciente. Las primeras epidurales: cómo les cambia la cara al hacer magia y quitar el dolor. El primer vuelo solos, aquellas veces en que decíais: “venga, induce" y nos dabais la batea con la medicación. Los niños: frágiles, suaves, buscando vías como quien busca un tesoro en esas manos rechonchas y nuevas. La Rea, los pulmones: a veces en la cama 12, otras casi en literas. El frío de los Moreno, el calor subiendo y bajando plantas pasando la UDA. Las endoscopias, las laparoscopias en el 34 a las cuatro de la mañana, que no hay guardia sin doble J. 

Y, sin darnos cuenta, los veintipocos se convirtieron en veintitantos. Sufrimos un terremoto del que salimos ilesos, y nos hicimos todos más fuertes. Ya no tenemos miedo, o al menos no tanto. Nos habéis enseñado a mantener la calma, a liderar, a comunicar, a dormir, y también a no dejar de soñar mientras cuidábamos de los sueños ajenos. 

Han sido cuatro primaveras fugaces en esta acera. Pero ahora comienza el despegue, sale otro avión. Nos quedaremos, o no, en esta ciudad tela de araña de la que yo, hoy, no quiero huir. Echaremos de menos al edificio mastodóntico de quince alturas que se ha convertido en casa. Ahora seremos un poco nómadas, o no: nadie sabe dónde andaremos mañana.

A nosotros, que somos las últimas ascuas de los 80, que aún aprendimos a diferenciar izquierda y derecha con Barrio Sésamo, y, en cambio, nos hemos convertido en los millenial, la generación del Smartphone, los que se pierden por la calle si no llevan Google Maps, nos toca echar a andar sin mapa, nuestro mapa: vosotros.

Nos toca salir. Arriesgar. Levantar el cordón y cruzar más allá del perímetro de seguridad.
Que todo lo que nos de miedo sea no estar mañana. Lo demás, amigos, lo demás lo tenemos hecho.

No podemos saber dónde llegaremos, pero sí tendremos una preciosa certeza: de dónde venimos, y dónde permanecerá siempre un cachito de nuestro corazón. Diremos, allá donde vayamos, con orgullo, que “somos del 12”.  

Coerres, resis pequeños y mayores, adjuntos y MAESTROS, Enfermería y auxis, Real Cuerpo de Celadores, cirujanos lectores y no lectores, nuestra secre breve de la sonrisa eterna. No acabaría nunca en una lista interminable: ya sabéis quiénes sois. 
GRACIAS, en mayúsculas, a todos, por tanto.

:)







Los días están contados, 

no hay más que temer, 

tan sólo seremos libres 
cuando no haya más que perder. 


Se lo llevó la tormenta y el tiempo, 

nada se pudo salvar, 

sólo quedó una chispa de luz 
y es hora de volver a empezar. 


1 comentario: