Bendito balcón. Está
lloviendo, y eso siempre me calma. He encendido una vela, a medio camino entre
este recogimiento forzoso y la plegaria. Me sigo sorprendiendo a mí misma con
mi capacidad de actividad: se me pasa el confinamiento volando. No me dan los
días para tanto. Hoy por primera vez me he sentado a escribir. A vaciarme . Y mi
respiración se ha enlentecido, el nudo del estómago se ha aflojado un poco, y
la fuerza parece querer renacer. Menos mal: la necesito.
Estoy sola, pero se está tan bien en casa. Soy plenamente consciente de que estas horas de soledad y de relativa paz no son más que una tregua. A mi hospital el virus se acerca con menos prisa; ha tenido la deferencia de darnos un margen para prepararnos. Así que estoy descansando, comiendo sano, bailando en el pasillo, quedando “a tomar algo” por videollamada. Estudiando mucho, y tratando de no ver todos los días el telediario. Este impasse me da espacio para poder enfrentarme a esta batalla.
Me llegan mensajes, muchos “cómo estás”. Mi prima me manda clases de ballet, y vídeos sobre respiradores que sus colegas ingenieros inventan contrarreloj.
Intento no pensarlo mucho, mientras en esta ventanita veo cómo cada cual “sufre” el encierro a su manera. Os cambio dos meses de claustro por lo que viven mis compañeros en cualquier hospital de Madrid, os lo cambio por la incertidumbre que me aplasta porque aún ni me imagino a qué me voy a enfrentar en los próximos días.
Intento no pensarlo mucho porque la pena me atraviesa, la rabia me parte y el miedo me encoge. Intento estudiar bastante y, a pesar de todo, consigo apasionarme haciéndolo, porque ayudar, calmar, salvar, luchar, es lo que llevo tratando de hacer desde hace seis años en mi día a día en el hospital. Y ahora se hace cuesta arriba: porque duele, porque pesa la impotencia, porque tenemos todos mucho por vivir y no queremos dejarnos nada, ni a nadie. Porque no queremos elegir quién vive y quién muere solo y aislado. Pero lo hacemos, porque no queda otra.
Porque nos ha pillado
por sorpresa. Porque a pesar de la precariedad, de la inseguridad, de la
desprotección, estamos ahí para vosotros. Así que quedaos en casa: se está tan
bien. Encended vuestra vela. Luchemos todos, cada uno desde su posición.
Puede que así todo vaya menos mal.
Puede que así todo vaya menos mal.
Hace días que no va bien, y, a pesar de ello, juraría que ayer me saludaste desde arriba. Creo que decías: “Eh, estoy aquí. Todo va a ir bien”. Te sigo pensando, y creo que lo haré toda mi vida.
21 de marzo de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario