El edificio de
enfrente, revestido de enormes cristales, reflejaba una luz débil y anaranjada que invadía
la estancia a través de un ventanal que
iba de pared a pared. Mis ojos seguían aturdidos y entrecerrados; sólo eran las ocho de la mañana. No había llegado
nadie ni tenía nada mejor que hacer: decidí
entrar a curiosear. Me preguntaba por qué estaba
abierta siempre la puerta de aquel despacho. ¿Acaso no había documentos confidenciales y relevantes que proteger?
¿Era aquel un espacio de dominio público?
Entré. En dos mesas
largas y enfrentadas se apilaban los folios, y pequeños contenedores apretujaban bolígrafos de
colores estridentes. Una planta dormitaba
en una esquina, un poco pocha. Había dibujos infantiles en las paredes, y un corcho en otra, que recibía de lleno la
primera luz del día.
Y allí estaba. Enmarcada cuidadosamente
por un par de chinchetas que la sujetaban por los laterales estaba aquella
instantánea desde la que, buenos días, me sonreías a mí también. Eras tú; otra
vez aquí. El cabello ensortijado y la sempiterna barba de tres días. La sonrisa
sincera y dilatada, los ojos levemente entrecerrados. Las ganas intactas,
sacudiendo a los golpes.
¿Qué hace un chico
como tú en un lugar como éste?
Supongo que conservan tu fotografía porque dejan
huella cada uno de tus pasos, donde quiera que vayas.
Curiosos tus andares:
tan livianos y discretos que apenas si rozan el suelo, y sin embargo, y sin
quererlo, pisoteas y rompes los caminos, envolviendo todo del polvo del
recuerdo. Ése que araña y pica en la piel como si soplara Levante, y que oculta
bajo su capa aquella otra foto, ésa que no te pude dar. Todo lo que no te pude
contar.
Como aquel viernes de febrero en que hacía cola en la Fnac. Hacía tiempo que no me sentía tan groupie, y sin embargo mi único propósito era encontrar tus zapatillas grises aquella tarde.
Volví a casa bajo la lluvia, y empapada en el sofá por fin me invadieron los acordes de Charo. Entonces tragué saliva y las ganas de llamarte. Tenía el disco firmado para ti. Te lo habría dado junto con todos los besos que nos debíamos.
Mi gran no amor, casi lo fuiste.
Pero ni simpática, ni correcta: lo mío no eras tú. Lo mío nunca fue el acierto.
Te acuerdas de mí por fin,
he pensado en llamarte mil veces,
ya sabes que sí