Abre la
puerta, y entra, saludando con un buenoh díah disonante con la cerrada
entonación que caracteriza al acento de esta tierra. Toma asiento y sonríe.
Puede que sea la primera paciente de la consulta que esta mañana sonríe. No es
muy común en Dolor. Tiene sesenta y tantos, los labios pintados, el pelo recién
arreglado. Está guapa. No está enamorada, confiesa, pero le brillan los ojos. Y
es que dice que mejor sola que mal acompañada. Y qué razón lleva. Tanta como dolor
tenía: un marido cabrón, muchos muertos a sus espaldas, y esas manos machacadas.
Pero ya no
duele, o no tanto. Ahora Charo mueve las manos con cierta y novísima soltura.
Las extiende sobre la mesa: “Mire, doctor, cómo puedo estirar ahora los dedos”.
Nos cuenta que hace bolsos: que se los compran las vecinas en negocios de
escalera. Dice que se los quitan de las manos, que vuelan.
Como ella. Que
se ha ido lamiendo heridas, y logró cambiar de piel con ese tiempo que todo lo
cura, ganas y un empujoncito de corticoides. Rescató la sonrisa, y ahora vuela.
Como su
hermana, cuya pronta visita espera. Que volverá, dejando allá el sur del sur,
para devolverle los recuerdos felices de una infancia compartida entre luz y
geranios.
"¿Y por qué
no vas tú a verla a Argentina?", inquirimos.
"Si yo iría,
doctor. Aunque fuera a la playita unos días, a Benidorm, ¿pero dónde voy sola?",
se pregunta en la réplica.
Me limité a
esbozar una tímida sonrisa, y no se lo dije. Pero irás donde quieras, Charo; tú, que te sacudes de encima duelos y
fantasmas, ya hace tiempo que
desplegaste con fuerza tus alas.
Se marcha
con deberes: ha de cogerse un tren con destino Barcelona, y ha de buscar unas
ruinas romanas cercanas a la catedral. Que se lleve a su hermana, le decimos.
Que por algo se empieza, y mejor acompañada esta vez, que tan sola.
Sé que los
llevará a cabo.
Se marcha y
se despide igual que llegó: sonriendo.
...Noviembre me trajo tanto o más de lo que prometía. También mi primer contacto con la consulta de Dolor, allá en Figueras :)
Está dormida, hecha un ovillo. Y tan suave, y tan enroscada sobre sí
misma, que no se sabe dónde acaba el perro y dónde empieza la manta. La
placidez y la quietud de sus siestas sólo la interrumpe algún ronquido, de vez
en cuando. A veces un ronroneo, otras un terremoto en sus pezuñas. Entonces
creo que debe estar soñando que corretea libre por el campo. O que hemos vuelto
a casa después de que haya pasado todo el día sola. O quizás, no te engañes,
con lo que sueña es con un grueso entrecot.
Emite un suspiro que hace tambalear sus mofletes, deshace el lío que forman sus
cuatro patas, y levanta la cabeza: se ha despertado. Volviendo en sí, se
incorpora y se estira, poniendo el culo en pompa. Se sacude
enérgicamente, y moviendo el rabo con una dulce parsimonia se dirige
hacia mamá, que me tiene al otro lado del teléfono. Apoya la cabeza en sus
muslos con una ternura y una delicadeza que dudo que en la vida vuelva a
ofrecerme nadie tan inmensas y desinteresadas.
Bajo sus pestañas rubias, dos ojitos deslustrados por incipientes cataratas
miran amorosos a mamá, mientras bate el aire describiendo círculos con su cola.
Tiene un bigote, uno solo de sus bigotes, negro como el carbón, y a pesar de
esa anecdótica oscuridad emana luz. Presiona con el morro sus piernas, llena de
amor y melancolía. Como si supiera que llueve en Madrid. Y aquí también: a mil
kilómetros de todo, y de nada.
Estoy a mil kilómetros de ella, y de vosotros. Y quizás de él, que
también ha pasado la tormenta entre libros y plazos.
Tengo distancia, y tengo por delante cuatro semanas para echar de menos la ciudad a la que
odio volver los domingos, y que sin embargo me enreda los lunes. Pero tengo las
primeras castañas asadas en el bolsillo, calentándome unas manos que se enfrían
sin ti. Tengo dos balcones, y vivo enfrente del Casino. Voy caminando al
trabajo mientras me desperezo con el frío de la mañana. Hay un cuadro en el
salón que debiera ser París, desde donde me miran unos caballeros de bigote
afilado, corbata y bombín, con el cigarrillo a medias, que beben café
americano. Apenas si estamos buscando a tientas el olor a mandarinas, y sin embargo
la nieve ya se ha dejado ver en el Pirineo. Y ahí fuera las luces son naranjas,
y está lloviendo, y yo me imagino a Salvador y a Gala bailando charlestón en
mitad de su locura, que es un poco la de todos.
Tengo un noviembre precioso, que
aguarda cargado de hayedos y carreteras, de una visita a un museo extravagante, de cafés a la orilla de un lago, de
nieve y de mar. De fortalezas. Las del sur de Francia, y las mías, que pienso
seguir explorando. Que tengo ganas de aprender, y de pincharlo todo. Tengo la
clínica en vena, y ya me guardé la historia de Charo, al marido de Pura, los
bombones que trajo María en el michelín, los tejemanejes ganaderos de Josep.
El edificio de
enfrente, revestido de enormes cristales, reflejaba unaluz débil y anaranjada que invadía
la estancia a través de un ventanalque
iba de pared a pared. Mis ojos seguían aturdidos y entrecerrados;sólo eran las ocho de la mañana. No había llegado
nadie ni tenía nadamejor que hacer: decidí
entrar a curiosear. Me preguntaba por quéestaba
abierta siempre la puerta de aquel despacho. ¿Acaso no habíadocumentos confidenciales y relevantes que proteger?
¿Era aquel unespacio de dominio público?
Entré. En dos mesas
largas y enfrentadas se apilaban los folios, ypequeños contenedores apretujaban bolígrafos de
colores estridentes.Una planta dormitaba
en una esquina, un poco pocha. Había dibujosinfantiles en las paredes, y un corcho en otra, que recibía de lleno la
primera luz del día.
Y allíestaba. Enmarcada cuidadosamente
por un par de chinchetas que la sujetaban por los laterales estaba aquella
instantánea desde la que, buenos días, me sonreías a mí también. Eras tú; otra
vez aquí. El cabello ensortijado y la sempiterna barba de tres días. La sonrisa
sincera y dilatada, los ojos levemente entrecerrados. Las ganas intactas,
sacudiendo a los golpes.
¿Qué hace un chico
como tú en un lugar como éste?
Supongo que conservan tu fotografía porque dejan
huella cada uno de tus pasos, donde quiera que vayas.
Curiosos tus andares:
tan livianos y discretos que apenas si rozan el suelo, y sin embargo, y sin
quererlo, pisoteas y rompes los caminos, envolviendo todo del polvo del
recuerdo. Ése que araña y pica en la piel como si soplara Levante, y que oculta
bajo su capa aquella otra foto, ésa que no te pude dar. Todo lo que no te pude
contar.
Como aquel viernes de febrero en que hacía cola en la Fnac. Hacía tiempo que no me sentía tan groupie, y sin embargo mi único propósito era encontrar tus zapatillas grises aquella tarde.
Volví a casa bajo la lluvia, y empapada en el sofá por fin me invadieron los acordes de Charo. Entonces tragué saliva y las ganas de llamarte. Tenía el disco firmado para ti. Te lo habría dado junto con todos los besos que nos debíamos.
Mi gran no amor, casi lo fuiste.
Pero ni simpática, ni correcta: lo mío no eras tú. Lo mío nunca fue el acierto.
...Ya he preparado la maleta. Me desenredo el pelo, recién lavado, y
miro el reloj: aún faltan al menos treinta minutos para que vuelva mamá, y yo
pueda darle un beso antes de conducir otros doscientos kilómetros, otro
domingo. Pero este fin de semana estás en casa, Curro. Yo me iba a ir a la
playa, ¿sabes?; celebrábamos la despedida de soltera de mi mejor amiga, pero en
el pecho sentía que era otra despedida a la que iba a tener que enfrentarme más
pronto que tarde.
Así que coloqué la butaca blanca de mimbre, y fui a por ti. “Vamos a
la terraza, abuelo, que ya hace fresquito”.
Serían las nueve de la noche. Terminaba de brillar el sol, aún alto. Cientos
de pajarillos apuraban el vuelo antes de dormir, surcando veloces el cielo.
Sonaba el verano, y tú hacías rebotar el bastón contra el suelo, y le cantabas
a Reina, que, distraída y aliviada por el fresco de la inminente oscuridad, no
te hacía ni caso. A pesar de tu voz amortiguada, no te cansabas de recitar
poemas y coplillas que nunca supe si en realidad salían de “tu chimenea” o eran
memorias de los años de trabajo de sol a sol en el campo. Qué singular
espectáculo. Decidí quedarme esa noche en casa y te di un beso de buenas
noches; ya madrugaría el lunes.
Era junio. Hoy se apura agosto y ya no estás. Hoy cumplirías ochenta
y nueve años.
“Tasi, tasi”, como dice Bruno con su lengua de trapo. Casi aguantas,
abuelo. Casi estaríamos hoy en el patio, o en el huerto, soplando muchísimas
velas y apagándolas entre jaleo y risas.
Y sin embargo hoy no tengo motivos para conducir hasta casa. Hoy no
puedo llamarte y escucharte decir, al descolgar, “¡Hola, Curra!”, con ese
sonido alegre que era tu voz al otro lado. Hoy desearía no haber sentido esa
pizca de sal rodando mejilla abajo mientras anoche miraba tus últimas fotos.
Hoy he vuelto a lo frenético de mis días, aunque a medio gas, en esta
ciudad vacía, y sin apenas darme cuenta hace casi un mes que te has marchado,
despacito y sin ruido, rodeado de paz. Le resto espacio a la tristeza: a pesar
de todo, hoy es un buen día. “Para que haya días buenos, tiene que haber días
malos”, me decías.
Qué sencillo y qué cierto, abuelo.
…No recordaba una verdadera primavera en años. Pasábamos de los diez
a los treinta grados, sin lluvia, sin tregua; y sin embargo, esta vez, llovía de
forma intermitente ahí fuera. Era viernes y yo cogía el busca en mi primera
guardia de Niños. A una distancia prudencial, leían mal una placa de tórax. Después
vendría la pena, el diagnóstico correcto y tardío, y supimos que ibas a marcharte, más pronto
que tarde. Aquel viernes me amparé en la oscuridad del salón y en tus ojos
desgastados para sentarme a tu vera y desaguarme sin ruido y de medio lado,
mientras tú veías los toros. Jugando con la escueta ventaja temporal de un
pronóstico infausto quise ordenar palabras para despedirte con honores, pero
nunca te harían justicia. Tuve que contarle al aire cuánto más hubiera querido
escucharte.
Ahora que estoy aquí, a unos días de tus últimas horas, ahora que
no me queda más tú que tus recuerdos, todo lo que pueda escribirte es poco y
está hueco.
Debes saber que hasta el Mini te echa de menos en el asiento de
copiloto y últimamente se pasa la vida en el taller. Yo creo que mi coche
tampoco se olvida de aquellos domingos yéndote a buscar para comer en casa. De
esa tarde de abril en que recortábamos curvas y volábamos sobre los charcos que
eran restos del invierno más lluvioso que he vivido. Luego compramos aquellas
magdalenas tan gordas que disfrutarías al desayunar y de las que seguiste
acordándote tantos años después. Al recuerdo de esa tarde me agarré mientras cogía
tu mano cuando ya marchabas, y pude hasta reír.
Me llevo tanto de ti que aquí no cabe. Tu risa, y tu buen humor. En
los últimos años sólo te recuerdo diciendo con genio “¡Joder!” cuando te
llamaba por teléfono y no acertabas a bajar el volumen de la tele, y cuando te
molestaban las gafas nasales en los últimos días. Tú y tu bastón en la puerta
de la calle esperando nuestra visita. Tu sombrero. Lo terco que podías llegar a
ser, también. Eso, abuelo, lo hemos heredado un poco todos (pero Miguelete se
lleva la palma). Guardo en mi estuche esa pequeña figura fluorescente, ¡tan
fea, Curro!, que me trajiste de Lourdes para que me trajese suerte el verano del
MIR. Tus ganas de cantar, siempre, también me las quedo. Cuando bailábamos en
la boda de Laura. Cuánto disfrutaste. Tu poesía sin letras que yo guardaré en
mi prosa. Las tardes de verano, cuando éramos pequeños, y ese aroma cuando volvías del cortijo cargado
de tomates recién arrancados, aún calientes por el sol de agosto, que plantabas
por cientos. Tus manos grandes y fuertes, tan morenas, que se deshacían de la
dureza del día bajo el agua entibiada con mimo en aquella palangana de peltre.
No sé cuándo he crecido, abuelo, pero quisiera empequeñecer y
retrasar la vida para volver a sentarme sobre tus rodillas. Quisiera no
olvidarte nunca.
Prométeme que desde ahí arriba no vas a dejar que eso ocurra.
Y
quédate tranquilo, que aquí, en los días malos, tendré la certeza de que
llegarán los buenos, y me sacudiré las chuscas. Tú ya me entiendes.
Gracias por quedarte a mi lado casi veintisiete años, abuelo.
Algunos
habréis llegado hasta aquí tecleando en san Google, otros por Facebook, otros
por casualidad, y otros por mi antiguo Dear Little Littmann. Parece mentira que
hayan pasado ya dos años desde que era yo la que buscaba por todas las vías que
se le ocurrían información sobre Anestesia. Entonces, toda ayuda era
bienvenida.
Así
que el año pasado ya escribí algunas entradas para ofrecer un poco de luz a los
pobres R cero que, tras meses de encierro tomando el sol del flexo, sin saber
muy bien qué hacer con su vida, empiezan a ser conscientes de que esa peculiar
vida de estudiante de Medicina está a punto de transformarse en vida de
residente. En poco más de un mes seréis R1, y yo, ¡oh, my God!, R3. Después de
dos años mi visión ha cambiado, y es por eso que he decidido reescribir
aquellas líneas.
Así
pues, con más experiencia y más enamorada de la especialidad, os cuento cómo es
la residencia de Anestesiología en el Hospital 12 de octubre (os advierto de que puede que esta sea la entrada más larga de la historia; coged unos panchitos, si eso).
Mi
especialidad es una de las grandes desconocidas. Tiene ciertos aires de
realeza: su nombre completo raya lo borbónico: Anestesiología, Reanimación y
Terapia del Dolor. Es una especialidad médica, que, sin embargo, tiene cada vez
más técnicas manuales, y que se desarrolla en el ámbito quirúrgico. Como leí
hace algunos años en una entrevista a mi querida Ana González Duque (la doctoraJomeini), es “medicina pura y dura + cirugía”. Es muy amplia (cuatro años de
residencia se quedan justitos) y variada. Escogerla no te cierra puertas: la
opción de subespecializarte siempre está abierta, y, si tienes interés, no te
aburres nunca.¡Y es taaaan bonita!
No hay gran diferencia entre hospitales en cuanto a cómo se
organiza la residencia (al fin y al cabo, uno puede convertirse en un buen
anestesista donde sea, si quiere), pero aquí os cuento cómo es en mi hospital.
- Cómo se organiza la residencia.
Son 4 veloces años de formación. Quizás deberían
ser 5. Tiende a ser bastante uniforme en todos los hospitales, con algunas
salvedades. Por ejemplo, en el 12 no se rota en Interna; en La Paz y en La
Princesa sí.
Generalmente, en las rotaciones de Anestesia,
salvo excepciones (Rea, Dolor crónico, Anestesia Pediátrica) eres el único resi,
así que las técnicas las haces tú, sin pelearte con nadie, siempre bajo
supervisión de un adjunto.
De R1 rotas 5 meses fuera del Servicio,
en orden, o alternando meses de quirófano y fuera de él. Son los siguientes:
-Un mes en Nefrología, en PICs (Partes
de Interconsulta) o en la Unidad de Agudos: son trasplantados renales con procesos
agudos, o los recién trasplantados al salir de Reanimación, y antes de ir a
Planta; una especie de unidad de cuidados intermedios. También es la unidad
donde se realiza Hemodiálisis.
- Otro en Cardio, que puede ser en PICs
o en Planta.
- Otro en Radiografía de tórax (el subsuelo, que le llamaba yo), donde pasas mañanas enteras, con
un horario benevolente, aprendiendo cómo interpretar placas de tórax. Una
rotación que en su día me pareció algo aburrida, y sin embargo resulta muy
útil.
- Y 2 meses en Urgencias de
Medicina Interna, en el área de Observación-encamados. Un ritmo frenético de
trabajo, donde se ven procesos agudos y muchas veces graves, que desde mi punto
de vista pueden ser útiles para nosotros: fibrilación auricular,
broncoespasmos, shock séptico, síndrome coronario agudo…Cosas que te vas a
encontrar en la Rea, o que pueden suceder en un quirófano (aunque el manejo pueda
variar, pero es útil para ir sintiéndote médico, ¡por fin!).
Tras esos meses vagando por servicios
ajenos, pasas la mayor parte de la residencia en el servicio. De R1 te
familiarizas con el quirófano. Rompes vías, ¡muchas vías!, aprendiendo a
cogerlas. Te mojas al cambiar los sueros, y se te queda cara de póker la
primera vez que te dicen que purgues uno. Por las manchas de cefazolina te reconocerán,
y te invadirá la frustración con cada intradural que no seas capaz de pinchar
en esas espaldas calcificadas y amorfas. Pero, tranquilo, a todo se aprende ;)
En el 12 sueles hacer 1 mes en
quirófano de Trauma, 1 mes en quirófano de Cirugía General, 1 mes en un
quirófano donde se hacen ambas cirugías a días alternos, 1 mes en Obstetricia-
Paritorio (esta rotación se suele hacer junto a un coR; en las mañanas, este
lugar suele ser más bien el Inductorio, pero tranquilo…lo que no pinches
entonces lo pincharás en las guardias, a una media de entre 5 y 10 epidurales
por guardia), 1 mes en Ginecología, y 1 mes en Consulta de
Preanestesia.
De R2 sigues adentrándote en el mundillo
anestésico, con mayor profundidad. Yo he pasado 1 mes en quirófano de cirugía
Plástica, 1 mes en Trauma-Ortopedia, 1 mes en UDA, 1 mes en Reanimación, 1 mes
en CMA, 1 mes en Trauma (fracturas, politraumas), y 2 meses en Anestesia
Pediátrica (por una excepción, pero generalmente se hacen 4-5 meses seguidos,
de R3). Me queda uno en Cirugía General y otro en Rea (normalmente es uno en
Rea, pero yo lo cambié por otro mes en Trauma).
De R3 se hacen muchos críticos. En toda
Europa los cuidados críticos son una competencia de los anestesiólogos, pero,
por razones históricas, en España existen dos especialidades que hacen
críticos: Anestesia e Intensivos. Así que, también por tradición, el grueso de
estos pacientes los lleva uno u otro servicio. En el caso de mi hospital, la UCI
tiene bastante peso. Así que pertenece a Medicina Intensiva el manejo del
postoperatorio del trasplante hepático, el postoperatorio de cirugía cardíaca y
el trasplante cardíaco, y el paciente politraumatizado (y su atención inicial
hospitalaria). Y en Anestesia llevamos el resto de postoperatorios, y el
trasplante pulmonar. El renal, generalmente, no precisa más que un despertar en
URPA, y después van a la Unidad de Agudos de Nefrología (cuidados intermedios).
En la MICA, que es la postquirúrgica de
cirugía cardíaca, se rota 2 meses. Otros 2 en UCI Politrauma, y 1 mes en la
Unidad Coronaria.
De R4, se rota en Cirugía Vascular,
Torácica, Cardíaca, Urología, Trasplante, otro mes más en Rea...
- Rotaciones externas
Lo ideal sería que en la programación de
cada residente hubiera de 2 a 4 meses “vacíos” que uno pudiera emplear en hacer
rotaciones internas o externas para potenciar su formación en áreas de su
interés, o en las que su hospital sea deficitario. Peeeero, ¡ay, amigos!, la
cruda realidad en el Doce es que no es así. Tienes que prescindir de algunas
rotaciones para poder hacer rotaciones externas. ¿Malo? Sí, pero no tanto. Lo
peor del asunto es que puede ser difícil cuadrar la rotación: porque en abril y
mayo no se puede por orden del Ministerio, porque en período vacacional hay que
cubrir guardias…
Pero realmente perderte un mes o dos no
tiene por qué ser tan grave, si te lo puedes montar bien. Por ejemplo, yo
perderé uno de los dos meses de MICA para rotar en Vía Aérea Difícil, y uno de
quirófano de Cirugía General para hacer bloqueos regionales.
La parte buena es que no te suelen poner
pegas para hacer esta clase de rotaciones. Tutores, adjuntos y
compañeros te pueden dar información sobre cómo conseguirlas, pero esto es muy Juan Palomo: tienes que buscarlas tú
y contactar con los centros o las personas de referencia. No es nada difícil,
aunque asuste ;)
Sin haber salido aún, creo que ver cómo se trabaja en
otros sitios es muy enriquecedor y necesario.
Hay muchas opciones, y uno mismo va descubriendo qué
quiere reforzar conforme avanza la residencia. Las rotaciones externas más
habituales son Vía Aérea Difícil y bloqueos periféricos. Otras frecuentes son
Cirugía Cardíaca y Rea/UCI. En general, es conveniente solicitarlas con bastante
antelación, aunque depende del sitio.
¿Y dónde hacerlas? En España, incluso en la misma
ciudad, pero en distinto centro, o en el extranjero (donde, por temas de seguro
profesional, generalmente vas de observer).
Particularmente, he preferido hacerlas en España porque creo que las voy a
aprovechar más. Además, la formación no acaba con la residencia. ¿Que me acaba
chiflando cardíaca? Pues de adjunta voy y me especializo, aquí o en el
Mount Sinaí.
- Asistencia a cursos, jornadas, congresos…
No conozco de primera mano cómo
funcionan en este sentido otros hospitales, aunque sí tengo amigas en otros
hospitales y al parecer es similar. Económicamente no nos dan muchas facilidades
para asistir a cursos y congresos. Hay muchísimas opciones de formación, si tu
bolsillo te lo permite. Sobre todo, conforme avanza la residencia, uno va
haciendo algún contacto, y adjuntos que tienen más contacto con casas
comerciales a veces sí consiguen ciertas cantidades de dinero para financiación
de formación. Pero no es habitual. Mientras vosotros os arruináis de curso en
curso, vuestros colegas de Onco y Cardio conocerán los mejores restaurantes de
la ciudad de cena en cena. Así de mal repartido está el mundo.
En cuanto al tema organizativo, no suele
haber problema. Es decir: en mi hospital, en general, no te ponen pegas para
asistir a cursos, sea una mañana o sea una semana entera. Mi tutora suele
decirme que “prima siempre la formación”.
Luego está el tema del Diploma Europeo
de Anestesia. En mi hospital NO lo preparan. O sea, lo preparas tú si quieres,
pagando academia, tipo MIR. Supongo que si en algún centro cuentan con una
preparación interna será un plus.
- Sesiones clínicas
Generalmente hay 3
sesiones a la semana. Todas a las 7.45: lunes, sesión de Anestesia Obstétrica;
miércoles, sesión de Anestesia “general” (temas desde farma y fisio, hasta
ventilación o temas de Rea, organizada por los resis), y sesión de Residentes
del Servicio los viernes, a la que suelen acudir tutores, algún adjunto, y el
jefe.
Además, los viernes a
las 8.30, después de la otra, hay sesión de Servicio (“de adjuntos”) a la que a
veces también acudimos (sobre todo si el tema es de nuestro interés o el nivel
es acorde a nuestros conocimientos). Además, hay secciones del Servicio que
tienen sus propias sesiones, y donde uno va mientras está rotando allí (o si
tiene especial interés, o le da la vida). Pediátrica, por ejemplo, o Unidad del
Dolor.
La organización puede
variar, sobre todo en cuanto a periodicidad o a qué día de la semana se da la
sesión. Repito: no sé cómo se organiza en otros sitios, pero aquí a veces es un
poco difícil ir a todas…Hay rotaciones en que la hora de inicio se solapa con
la hora de la sesión, o uno está saliente de guardia (aunque por ejemplo en la
Mater al adjunto le puedes dejar el busca para ir). No obstante, tampoco supone
una enorme pérdida perderse alguna sesión.
Además, una o dos veces al mes se hacen
sesiones interhospitalarias con el resto de hospitales de Madrid mediante
videoconferencia y chat, que son bastante enriquecedoras. Eso sí, para esas el
madrugón es mayor: viernes a las 7.30h.
En cuanto a cuánto tiempo “te quitan”
las sesiones. Somos 40 resis en total, lo cual tiene sus pros y contras, pero,
en este sentido, al ser tantos, te toca preparar una sesión de vez en cuando,
sin resultar agobiante. Yo, por ejemplo, hice una de R1, y de R2 he hecho 2 en
dos meses…Bastante asumible.
- Guardias
De R1 comienzas haciendo guardias de
Urgencias, en lo que en el Doce llamamos “Agudos”, que viene a ser
Observación/Encamados, junto a los coRs de especialidades médicas. Se hacen en
teoría durante todo R1, unas 3-4 al mes, aunque a partir de enero empezamos con
las guardias de especialidad y, si quieres, puedes ir haciendo menos de
Urgencias (hay a quien no le gustan nada y en enero ya no pasa por allí). En mi
caso, de R1 hice la primera de Anestesia, así que hice como 3 de Agudos, y así
fui hasta que tuve 2-3 de Anestesia, y entonces ya hacía una o ninguna en la
Urgencia. Esto va un poco “al gusto del consumidor”: seguirás o no pasando por
allí según lo que las aproveches, desde el punto de vista médico, social, o
económico.
Contaros cómo son las guardias de Agudos
me llevaría un post entero, así que si hay alguien especialmente interesado le
contaré con mucho gusto de forma privada.
Y bien: año nuevo, guardias nuevas :) Bienvenidos en enero a las guardias de Anestesia. ¡Por fin! Bastantes veces se
duerme, aunque por la tarde no se para; se ven muchos casos (y muy complejos y
evolucionados, y esto también en el día a día) y se hacen muchas técnicas.
Hay 5 puestos de guardia al día: Mater,
Quirófano (1 resi pequeño y 1 mayor), Reanimación, Niños. De R1-2 haces sobre
todo mater y peque, luego Rea, y una vez que has rotado en Pediátrica, a partir
de R3, allí también. Suelen hacerse 4-5 guardias al mes (a veces 6-7, en
vacaciones, pero no se lleva tan mal como pueda parecer). E importantísimo: se
libran todas.
Puedo contaros brevemente lo que conozco
hasta ahora.
- En las guardias de General (Quirófano)
generalmente no se para, se hace una cirugía tras otra: Cirugía General (obstruidos
y perforados, apendicitis, colecistitis aguda), Vascular (amputaciones por
isquemia aguda de miembros, aneurisma roto), Trauma (fractura de cadera,
reducción bajo anestesia general de luxaciones), Maxilofacial y ORL (abscesos
maxilares, cervicales, epistaxis o hemorragias en postoperatorio inmediato),
Neurocirugía, Uro… ¡De todo! Como os decía, hay siempre otro resi de guardia
contigo, y varios adjuntos que se suelen turnar. Nunca estás solo.
- En las guardias de Mater coges mucha
soltura. Sobre todo se hace analgesia obstétrica, una epidural tras otra (al
final las pones casi con los ojos cerrados xD), pero también cesáreas urgentes
y emergentes, y otras urgencias relacionadas con patología obstétrica y
ginecológica. Preeclampsia, eclampsia y síndrome HELLP, hemorragias obstétricas…
¡No te aburres! Aunque también hay guardias tranquilas en las que te da tiempo
a estudiar, leer, monear, o que las enfermeras y las matronas te inviten a
merendar jajaja. Además, a mí me parece bastante gratificante: es increíble
cómo les cambia la cara a las pobres parturientas cuando les quitas el dolor :D
- En las guardias de Rea a veces hay
papeleo (altas de URPA), lo cual es un poco rollo. Pero por lo demás, se trata
de una guardia en la UCI postquirúrgica, con lo cual se ven pacientes graves,
y, a veces, muy puerros (palabrota que viene a significar que el paciente en
cuestión tiene todas las comorbilidades y complicaciones del mundo mundial).
También está el paciente trasplantado de pulmón, y se aprende a manejar
complicaciones postoperatorias inmediatas (naúseas y vómitos, dolor, síncopes,
bradiarritmias-taquiarritmias, hemorragias…). Complejo, pero muy bonito. Llevo
poco rodaje aquí como para poder contaros más.
De Niños y de Trasplante no puedo
contaros aún (me quedan casi dos mesecitos muy ricos de ser resi pequeña,
¡tengo que disfrutarlos!).
- Horario normal
Los quirófanos suelen comenzar a las
8.30. Claro que hay que llegar antes para ir viendo al paciente en el
antequirófano, preparar la medicación, comprobar que respirador y carro de vía
aérea están listos…
Las cirugías se programan de acuerdo a
una duración estimada. A veces se alargan…y a veces son más cortas de lo
esperado, o algún paciente tiene un proceso intercurrente que obliga a
suspender la cirugía programada, y entonces ese día, ¡fiesta!, sales más
temprano de lo esperado. Pero en general, tenemos un maravilloso horario fijo.
Si el parte programado se prolonga, a las 14.45 los anestesistas de guardia o
de tarde te sustituyen y te vas a casa. Toda la tarde disponible para estudiar,
hacer deporte, planchar (o plancharte tú en el sofá)...En definitiva, para no
sentir que lo único que haces con tu vida es estar en el hospital.
- En lo bueno y en lo malo, en la salud y
en la enfermedad…
Para terminar, os hago un mix de pros y
contras, cosas que yo cambiaría si pudiera, y minucias y detalles. Tenéis que
partir de la base de que ningún hospital es perfecto. Y si lo encontráis, por
favor, venís y me lleváis a verlo y a dar saltos de alegría. Vayáis donde
vayáis encontraréis que vuestro servicio tiene sus más y sus menos.
- - La comida está rica. Quienes han
trabajado en otros sitios, dicen que es de las mejores. Obviamente te cansas de
todo, y más cuando haces 4 guardias en 10 días, pero no está nada mal. Hay
buffet de ensaladas y otros dos primeros para elegir, y 3 segundos.
- - El Doce está muy bien comunicado. La
línea amarilla es una maravilla, y al centro no hay más de 15 minutos en
metro. Hay también muchos buses y estación de cercanías que te deja en cinco
minutos de reloj en Atocha. Y si vienes en coche, en la M30 vas en sentido
contrario al resto del mundo, por lo que tardas poquísimo. Hay varios parking
descubiertos gratuitos para personal, que se llenan pronto. Pero solemos venir
temprano…Y, si no, el parking cubierto cuesta 1 euro 24 horas (36h si estás de
guardia).
- - Tenemos una población “especial”. Puede
ser un pro y un contra. El nivel socioeconómico de parte del área sanitaria 11,
que es la nuestra, es tirando a bajito. Encontraréis pacientes cuya última
preocupación es la salud, por unos u otros motivos, por lo que se ven
patologías muy evolucionadas. Desarrollas un ojo clínico y unas habilidades
comunicativas que otros lugares no te permitirían.
- - Periodos vacacionales. Prima la
formación…pero aquí prima la labor asistencial, y os veréis en verano cubriendo
huecos en consulta, o en UDA, o en quirófanos al azar. Por cierto, yo mejoraría
la rotación en Preanestesia. Tiene mucha más importancia de la que se le pueda
dar. Otro plus: si quieres, vacaciones de 1 semana en Navidad y en Semana Santa (en lugar de días de libre disposición).
- - Es un hospital “de batalla”, y el de
referencia del sur de Madrid. Tenemos un gran volumen de pacientes (700000
personas forman parte del área 11, si no me falla la memoria), y por tanto se
trabaja muchísimo. Vas a ver de todo (no
te temblarán las piernas cuando estés solito, como adjunto recién estrenado, en
un comarcal perdido de la mano de Dios), y sabrás defenderte en muchísimas
situaciones. Siempre teniendo en cuenta la poderosa influencia del azar,
que hará que tu coerre haya tenido 10 heridos por arma de fuego y tú uno o cero.
- - Yo le llamo “el mastodonte”, porque es un hospital
gigante, como así lo demuestran las 15 plantas de la General. Con la desventaja de que a veces puede ser
algo impersonal y de que todo está muy subespecializado (por ejemplo, las
traqueostomías en Rea las hacen los otorrinos). Viniendo de un sitio
pequeño-mediano a mí esto me afectó, aunque sabía a lo que venía, pero es un
mal menor. Sin duda.
- - Tenemos una Unidad del Dolor muy joven y
potente. Eso es un súper plus. Podéis cotillear en dolopedia.com. También la unidad de
Trasplantes y la de Hipertensión Pulmonar, referencia nacional.
- - Por último, el ambiente en general es joven, desenfadado y muy bueno. Se trabaja bastante a gusto :)
Y bueno...¡creo que esto es todo! Al menos todo lo que se me ocurre ahora. Espero que os haya sido de ayuda, que os hayan entrado ganas de convertiros en nuestros peques, y que os haya servido para conocer un poquito más de cerca el lado oscuro del quirófano :)
Cualquier cosilla, respondo antes o después en cuandoestesenvenablog@gmail.com
Mucha suerte a los R cero: ¡en menos que canta un gallo nos tenéis cotilleando la web del Ministerio para ver quién se viene al 12!
Los calendarios juraban y perjuraban que era diciembre. A
trescientos metros de un colchón al que le faltas tú por todos lados había más
de siete lunas riéndose de los mortales, columpiándose sobre Gran Vía. Las
aceras atestadas, saqueadas las cuentas corrientes. A doscientos kilómetros era
noche cerrada, gélido el aire; pero en este otoño eterno no tuve más remedio
que cerrar los ojos para que se abriese ante mí el mismo cielo que allí
lucía, plagado de estrellas que le bailaban al invierno en un intento de
seducirle. Allí, al día siguiente, amanecerían con las pestañas escarchadas; se
desperezaría sin prisa esa luz de invierno que es pura magia, y a la que yo, en
esta calle tan estrecha, tengo que rogarle para que entre por mi ventana.
Insistían en que había llegado el último mes del año, y lo cierto era que con el paso de
los días los adoquines de la Plaza Mayor habían ido echando de menos a los
protagonistas de aquel domingo, y de más al exceso de adornos y
brillos. Pero yo no terminaba de creérmelo. Así que, para ponerme en
situación, tras un café con vistas y una despedida acelerada por los semáforos,
decidí hacerme con algo de atrezzo y busqué un árbol de Navidad.“Están agotados”, me
dijeron. Claro: yo buscaba unotamaño
piso de Madrid. Me quedé compuesta y sin conífera, y sin ganas, pero terminaron mis pies deteniéndose irremediablemente anteaquel
escaparatefrente al que un
día bailé, donde sin buscarme me reencuentro entre laberintos de papel.
Mientras aquí yo bailaba, a un rato de tren tú luchabas contra ese viento del
que tanto hablan y te preguntabas cómo demonios fue que dejaste escapar a la
chica.
Al día siguiente era una especie de lunes y amanecía rojo. Era
inicio de mes, cambiábamos de rotación: Anestesia Pediátrica.Para
la ocasión me había comprado una estrella amarilla y algo hortera, de las que
se prenden en los zuecos y que se iluminaba con mis andares. Y así, entrefentaen jeringas de insulina, en la menuda
cotidianidad de aquel edificio, fui poco a poco creyéndome que de verdad
estábamos en diciembre. Había abetos en los controles, guirnaldas hechas de minúsculos calcetines pendiendo del techo de Neonatología, cartas sin fin
escribiéndose a los Reyes Magos entre cuatro paredes y bajo una mascarilla de
aislamiento. Océanos en los muros: pulpos, tortugas, estrellas de mar; todos en
busca de Nemo. Canalizar vías allí era parecido a practicar artes adivinatorias. En el antequirófano compartían espacio cunas y camas, carcajadas
y berrinches, canciones cuya letra sólo quedaba al alcance de un puñado de
privilegiadosconocedores de la
jerga de guardería. Muñecos amarillos de ojos saltones y gélidas princesas
saludaban cada mañana desde las paredes, y había cajas vacías de ampollas y
llenas derotuspara colorear la espera. Allí se juega
al despiste: se camuflan los miligramos de midazolam bajo sabores familiares.“Prefiero elDalsy, pero no me des mucho de eso que
ya estoy bastante atontado”. A este pequeño reincidente no le íbamos a
engañar :D
Mientras tanto, yo también escribí a los Reyes: les pedí poesía y
frío, para que temblases tú también y volvieras para rogarme calor. No
me hicieron mucho caso. Así que me olvidé de bufandas, me quedé con la prosa, y decidí robar unos cuantos momentos de aquellos sesenta días para dejarlos clavados en el mural de mi memoria. Me llevé a Tina, con sus dos
coletas y su traqueostomía, que me chocaba los cinco y se venía, otra vez, a
soplar el globo verde que huele a pedo de dragón. Hubiera querido llevarme
puestas las pestañas de Neko, la suavidad de los piececitos de Inés. Me quedé
con las ganas de ver los ojos azules de Laura tras poner en funcionamiento su
implante coclear. Me llevé unos bailes antes de hacer unaintracon la canción que a Daisy le hacía
recordar a su papá, tan lejos. Me traje una sonrisa enorme a corazón abierto. Y
una lágrima encerrada en mi garganta como Pablo en su cuna, empapelada con algún santo al que encomendarse y con
dibujos que firmaban hermanos que probablemente ni él ni yo íbamos a conocer jamás.
El último mes del año, como el midazolam, trataba de despistarnos
con demasiado sol y muchas prisas. Sesenta días y esos locos bajitos se encargaron de bajarme a la Tierra. Me recordaron que entre la enfermedad y la tragedia,
entre tanto dolor y la maldita mala suerte, se asoma, como el frío en este
invierno tardío, mucha vida.
Me gusta
conducir. Era el eslogan de un conocido anuncio, pero me lo apropio porque así
es. Me encanta agarrar el volante, cambiar de marcha, bajar ventanillas, acelerar,
desviar la mirada hacia el retrovisor (por si nos cruzamos). Cantar a pleno
pulmón. Dejar rodar mejilla abajo alguna lágrima traviesa si por el altavoz se
escapan letras de las que se hunden en la tripa, y allí, enganchadas, se
quedan. Guardar la distancia de
seguridad lo mejor que puedo, y también aporrear con furia el claxon cuando
algún imprudente me adelanta por la derecha o hace alguna genialidad. Que soy
consciente de que da igual, pero yo me quedo más ancha que larga. No iba a ser
todo romanticismo y armonía.
Hace
tiempo decidí que trataría de hacer mis lunes menos lunes. Hoy lo hice
conduciendo, desperezándome con la noticia de un terremoto en Melilla. El
anterior ignorando a las malas y distractoras lenguas que se empeñan en crear
días para todo cuando luego no celebran nada: pasé del blue Monday (rebelde sin
causa que es una) y fui feliz intubando por primera vez con Airtraq, y después
preferí acelerar la semana hasta mi improvisado grey Friday. Gris era el asfalto, como el
plúmbeo y espeso cielo cargado de nubes que se niegan a llovernos. Y mira que
yo le pedí a los Reyes poesía, y frío, para que temblases tú también y entonces
volvieras para rogarme calor. Pero nada, no hay manera: los abrigos se aburren
en los percheros, las cervezas se toman al sol este enero. Habrá que nadar
contracorriente, rumbo al norte. Y ponerse la sonrisa los lunes por la mañana,
y los domingos, aunque amarguen. Y colgarse una mochila preciosa que me dejó
Melchor, y que voy a llenar de recuerdos y de todo lo que seremos mientras continúo persiguiendo
estrellas. Seremos un café improvisado en este lunes cualquiera; seremos groupies que se quedan sin
habla a cincuenta centímetros de sus cuerdas y su garganta; seremos sirenas modernas y cosmopolitas. Seremos estrellas del rock que siguen bailando con los
pies en quirófano mientras el globo verde se llena de sueños otra mañana.
...Conducía.
Sonaba Salitre. Aceleré tomando a derechas la curva donde una vez nacimos de
nuevo. Seguía rodeada de gris aquel viernes, pero al fondo, al oeste, se abría
una brecha de fuego. Claro, la luz. Cómo no si estaba llegando a casa. Los
abrazos, claridad, arroz negro, y una vida a punto de empezar; cercos de
humedad en las calles y bajo mis pupilas: aquí sí ha debido caer algo. El amor
incondicional de la Gorda en el reencuentro, y siempre. Aunque disfruta de lo efímero de la emoción: ya está roncando de nuevo a mis pies, en una siesta perezosa.
Qué si no en una tarde de viernes.
...Quizás el
mar. O dos mochilas recorriendo un mundo entre el tira y afloja de viajar con guía o dejarse perder. O unas crepes en la Bretaña, o en
Malasaña, qué más da.