martes, 20 de diciembre de 2016

Ya no le duele

Abre la puerta, y entra, saludando con un buenoh díah disonante con la cerrada entonación que caracteriza al acento de esta tierra. Toma asiento y sonríe. Puede que sea la primera paciente de la consulta que esta mañana sonríe. No es muy común en Dolor. Tiene sesenta y tantos, los labios pintados, el pelo recién arreglado. Está guapa. No está enamorada, confiesa, pero le brillan los ojos. Y es que dice que mejor sola que mal acompañada. Y qué razón lleva. Tanta como dolor tenía: un marido cabrón, muchos muertos a sus espaldas, y esas manos machacadas.

Pero ya no duele, o no tanto. Ahora Charo mueve las manos con cierta y novísima soltura. Las extiende sobre la mesa: “Mire, doctor, cómo puedo estirar ahora los dedos”. Nos cuenta que hace bolsos: que se los compran las vecinas en negocios de escalera. Dice que se los quitan de las manos, que vuelan.
Como ella. Que se ha ido lamiendo heridas, y logró cambiar de piel con ese tiempo que todo lo cura, ganas y un empujoncito de corticoides. Rescató la sonrisa, y ahora vuela.
Como su hermana, cuya pronta visita espera. Que volverá, dejando allá el sur del sur, para devolverle los recuerdos felices de una infancia compartida entre luz y geranios.

"¿Y por qué no vas tú a verla a Argentina?", inquirimos.

"Si yo iría, doctor.  Aunque fuera a la playita unos días, a Benidorm, ¿pero dónde voy sola?", se pregunta en la réplica.

Me limité a esbozar una tímida sonrisa, y no se lo dije. Pero irás donde quieras, Charo; tú, que te sacudes de encima duelos y fantasmas, ya hace tiempo que desplegaste con fuerza tus alas.

Se marcha con deberes: ha de cogerse un tren con destino Barcelona, y ha de buscar unas ruinas romanas cercanas a la catedral. Que se lleve a su hermana, le decimos. Que por algo se empieza, y mejor acompañada esta vez, que tan sola.

Sé que los llevará a cabo.

Se marcha y se despide igual que llegó: sonriendo. 






...Noviembre me trajo tanto o más de lo que prometía. También mi primer contacto con la consulta de Dolor, allá en Figueras :)

lunes, 7 de noviembre de 2016

A mil kilómetros. Bloqueando en Figueras

Está dormida, hecha un ovillo. Y tan suave, y tan enroscada sobre sí misma, que no se sabe dónde acaba el perro y dónde empieza la manta. La placidez y la quietud de sus siestas sólo la interrumpe algún ronquido, de vez en cuando. A veces un ronroneo, otras un terremoto en sus pezuñas. Entonces creo que debe estar soñando que corretea libre por el campo. O que hemos vuelto a casa después de que haya pasado todo el día sola. O quizás, no te engañes, con lo que sueña es con un grueso entrecot.
Emite un suspiro que hace tambalear sus mofletes, deshace el lío que forman sus cuatro patas, y levanta la cabeza: se ha despertado. Volviendo en sí, se incorpora y se estira, poniendo el culo en pompa. Se sacude enérgicamente,  y moviendo el rabo con una dulce parsimonia se dirige hacia mamá, que me tiene al otro lado del teléfono. Apoya la cabeza en sus muslos con una ternura y una delicadeza que dudo que en la vida vuelva a ofrecerme nadie tan inmensas y desinteresadas.
Bajo sus pestañas rubias, dos ojitos deslustrados por incipientes cataratas miran amorosos a mamá, mientras bate el aire describiendo círculos con su cola. Tiene un bigote, uno solo de sus bigotes, negro como el carbón, y a pesar de esa anecdótica oscuridad emana luz. Presiona con el morro sus piernas, llena de amor y melancolía. Como si supiera que llueve en Madrid. Y aquí también: a mil kilómetros de todo, y de nada.

Estoy a mil kilómetros de ella, y de vosotros. Y quizás de él, que también ha pasado la tormenta entre libros y plazos.
Tengo distancia, y tengo por delante cuatro semanas para echar de menos la ciudad a la que odio volver los domingos, y que sin embargo me enreda los lunes. Pero tengo las primeras castañas asadas en el bolsillo, calentándome unas manos que se enfrían sin ti. Tengo dos balcones, y vivo enfrente del Casino. Voy caminando al trabajo mientras me desperezo con el frío de la mañana. Hay un cuadro en el salón que debiera ser París, desde donde me miran unos caballeros de bigote afilado, corbata y bombín, con el cigarrillo a medias, que beben café americano. Apenas si estamos buscando a tientas el olor a mandarinas, y sin embargo la nieve ya se ha dejado ver en el Pirineo. Y ahí fuera las luces son naranjas, y está lloviendo, y yo me imagino a Salvador y a Gala bailando charlestón en mitad de su locura, que es un poco la de todos.
Tengo un noviembre precioso, que aguarda cargado de hayedos y carreteras, de una visita a un museo extravagante, de cafés a la orilla de un lago, de nieve y de mar. De fortalezas. Las del sur de Francia, y las mías, que pienso seguir explorando. Que tengo ganas de aprender, y de pincharlo todo. Tengo la clínica en vena, y ya me guardé la historia de Charo, al marido de Pura, los bombones que trajo María en el michelín, los tejemanejes ganaderos de Josep.

Vamos a bloquearlo todo, excepto a mí.

Yo…yo pienso desbordarme. 

:)





I´m gonna make this place your home

lunes, 10 de octubre de 2016

Como si soplara Levante

El edificio de enfrente, revestido de enormes cristales, reflejaba una luz débil y anaranjada que invadía la estancia a través de un ventanal que iba de pared a pared. Mis ojos seguían aturdidos y entrecerrados; sólo eran las ocho de la mañana. No había llegado nadie ni tenía nada mejor que hacer: decidí entrar a curiosear. Me preguntaba por qué estaba abierta siempre la puerta de aquel despacho. ¿Acaso no había documentos confidenciales y relevantes que proteger? ¿Era aquel un espacio de dominio público?

Entré. En dos mesas largas y enfrentadas se apilaban los folios, y pequeños contenedores apretujaban bolígrafos de colores estridentes. Una planta dormitaba en una esquina, un poco pocha. Había dibujos infantiles en las paredes, y un corcho en otra, que recibía de lleno la primera luz del día.
Y allí estaba. Enmarcada cuidadosamente por un par de chinchetas que la sujetaban por los laterales estaba aquella instantánea desde la que, buenos días, me sonreías a mí también. Eras tú; otra vez aquí. El cabello ensortijado y la sempiterna barba de tres días. La sonrisa sincera y dilatada, los ojos levemente entrecerrados. Las ganas intactas, sacudiendo a los golpes.

¿Qué hace un chico como tú en un lugar como éste? 
Supongo que conservan tu fotografía porque dejan huella cada uno de tus pasos, donde quiera que vayas.

Curiosos tus andares: tan livianos y discretos que apenas si rozan el suelo, y sin embargo, y sin quererlo, pisoteas y rompes los caminos, envolviendo todo del polvo del recuerdo. Ése que araña y pica en la piel como si soplara Levante, y que oculta bajo su capa aquella otra foto, ésa que no te pude dar. Todo lo que no te pude contar. 

Como aquel viernes de febrero en que hacía cola en la Fnac. Hacía tiempo que no me sentía tan groupie, y sin embargo mi único propósito era encontrar tus zapatillas grises aquella tarde. 

 Volví a casa bajo la lluvia, y empapada en el sofá por fin me invadieron los acordes de Charo. Entonces tragué saliva y las ganas de llamarte. Tenía el disco firmado para ti. Te lo habría dado junto con todos los besos que nos debíamos. 

Mi gran no amor, casi lo fuiste. 
Pero ni simpática, ni correcta: lo mío no eras tú. Lo mío nunca fue el acierto. 


Te acuerdas de mí por fin, 
he pensado en llamarte mil veces, 
ya sabes que sí

lunes, 22 de agosto de 2016

Feliz cumpleaños, abuelo

...Ya he preparado la maleta. Me desenredo el pelo, recién lavado, y miro el reloj: aún faltan al menos treinta minutos para que vuelva mamá, y yo pueda darle un beso antes de conducir otros doscientos kilómetros, otro domingo. Pero este fin de semana estás en casa, Curro. Yo me iba a ir a la playa, ¿sabes?; celebrábamos la despedida de soltera de mi mejor amiga, pero en el pecho sentía que era otra despedida a la que iba a tener que enfrentarme más pronto que tarde.
Así que coloqué la butaca blanca de mimbre, y fui a por ti. “Vamos a la terraza, abuelo, que ya hace fresquito”.
Serían las nueve de la noche. Terminaba de brillar el sol, aún alto. Cientos de pajarillos apuraban el vuelo antes de dormir, surcando veloces el cielo. Sonaba el verano, y tú hacías rebotar el bastón contra el suelo, y le cantabas a Reina, que, distraída y aliviada por el fresco de la inminente oscuridad, no te hacía ni caso. A pesar de tu voz amortiguada, no te cansabas de recitar poemas y coplillas que nunca supe si en realidad salían de “tu chimenea” o eran memorias de los años de trabajo de sol a sol en el campo. Qué singular espectáculo. Decidí quedarme esa noche en casa y te di un beso de buenas noches; ya madrugaría el lunes.

Era junio. Hoy se apura agosto y ya no estás. Hoy cumplirías ochenta y nueve años.
“Tasi, tasi”, como dice Bruno con su lengua de trapo. Casi aguantas, abuelo. Casi estaríamos hoy en el patio, o en el huerto, soplando muchísimas velas y apagándolas entre jaleo y risas.
Y sin embargo hoy no tengo motivos para conducir hasta casa. Hoy no puedo llamarte y escucharte decir, al descolgar, “¡Hola, Curra!”, con ese sonido alegre que era tu voz al otro lado. Hoy desearía no haber sentido esa pizca de sal rodando mejilla abajo mientras anoche miraba tus últimas fotos.
Hoy he vuelto a lo frenético de mis días, aunque a medio gas, en esta ciudad vacía, y sin apenas darme cuenta hace casi un mes que te has marchado, despacito y sin ruido, rodeado de paz. Le resto espacio a la tristeza: a pesar de todo, hoy es un buen día. “Para que haya días buenos, tiene que haber días malos”, me decías.
Qué sencillo y qué cierto, abuelo.



…No recordaba una verdadera primavera en años. Pasábamos de los diez a los treinta grados, sin lluvia, sin tregua; y sin embargo, esta vez, llovía de forma intermitente ahí fuera. Era viernes y yo cogía el busca en mi primera guardia de Niños. A una distancia prudencial, leían mal una placa de tórax. Después vendría la pena, el diagnóstico correcto y tardío, y supimos que ibas a marcharte, más pronto que tarde. Aquel viernes me amparé en la oscuridad del salón y en tus ojos desgastados para sentarme a tu vera y desaguarme sin ruido y de medio lado, mientras tú veías los toros. Jugando con la escueta ventaja temporal de un pronóstico infausto quise ordenar palabras para despedirte con honores, pero nunca te harían justicia. Tuve que contarle al aire cuánto más hubiera querido escucharte. 
Ahora que estoy aquí, a unos días de tus últimas horas, ahora que no me queda más tú que tus recuerdos, todo lo que pueda escribirte es poco y está hueco.

Debes saber que hasta el Mini te echa de menos en el asiento de copiloto y últimamente se pasa la vida en el taller. Yo creo que mi coche tampoco se olvida de aquellos domingos yéndote a buscar para comer en casa. De esa tarde de abril en que recortábamos curvas y volábamos sobre los charcos que eran restos del invierno más lluvioso que he vivido. Luego compramos aquellas magdalenas tan gordas que disfrutarías al desayunar y de las que seguiste acordándote tantos años después. Al recuerdo de esa tarde me agarré mientras cogía tu mano cuando ya marchabas, y pude hasta reír.

Me llevo tanto de ti que aquí no cabe. Tu risa, y tu buen humor. En los últimos años sólo te recuerdo diciendo con genio “¡Joder!” cuando te llamaba por teléfono y no acertabas a bajar el volumen de la tele, y cuando te molestaban las gafas nasales en los últimos días. Tú y tu bastón en la puerta de la calle esperando nuestra visita. Tu sombrero. Lo terco que podías llegar a ser, también. Eso, abuelo, lo hemos heredado un poco todos (pero Miguelete se lleva la palma). Guardo en mi estuche esa pequeña figura fluorescente, ¡tan fea, Curro!, que me trajiste de Lourdes para que me trajese suerte el verano del MIR. Tus ganas de cantar, siempre, también me las quedo. Cuando bailábamos en la boda de Laura. Cuánto disfrutaste. Tu poesía sin letras que yo guardaré en mi prosa. Las tardes de verano, cuando éramos pequeños, y ese aroma cuando volvías del cortijo cargado de tomates recién arrancados, aún calientes por el sol de agosto, que plantabas por cientos. Tus manos grandes y fuertes, tan morenas, que se deshacían de la dureza del día bajo el agua entibiada con mimo en aquella palangana de peltre.

No sé cuándo he crecido, abuelo, pero quisiera empequeñecer y retrasar la vida para volver a sentarme sobre tus rodillas. Quisiera no olvidarte nunca.

Prométeme que desde ahí arriba no vas a dejar que eso ocurra. 
Y quédate tranquilo, que aquí, en los días malos, tendré la certeza de que llegarán los buenos, y me sacudiré las chuscas. Tú ya me entiendes.

Gracias por quedarte a mi lado casi veintisiete años, abuelo.

Feliz cumpleaños.







miércoles, 30 de marzo de 2016

Anestesia en el 12 de Octubre

Algunos habréis llegado hasta aquí tecleando en san Google, otros por Facebook, otros por casualidad, y otros por mi antiguo Dear Little Littmann. Parece mentira que hayan pasado ya dos años desde que era yo la que buscaba por todas las vías que se le ocurrían información sobre Anestesia. Entonces, toda ayuda era bienvenida.

Así que el año pasado ya escribí algunas entradas para ofrecer un poco de luz a los pobres R cero que, tras meses de encierro tomando el sol del flexo, sin saber muy bien qué hacer con su vida, empiezan a ser conscientes de que esa peculiar vida de estudiante de Medicina está a punto de transformarse en vida de residente. En poco más de un mes seréis R1, y yo, ¡oh, my God!, R3. Después de dos años mi visión ha cambiado, y es por eso que he decidido reescribir aquellas líneas.

Así pues, con más experiencia y más enamorada de la especialidad, os cuento cómo es la residencia de Anestesiología en el Hospital 12 de octubre (os advierto de que puede que esta sea la entrada más larga de la historia; coged unos panchitos, si eso). 

Mi especialidad es una de las grandes desconocidas. Tiene ciertos aires de realeza: su nombre completo raya lo borbónico: Anestesiología, Reanimación y Terapia del Dolor. Es una especialidad médica, que, sin embargo, tiene cada vez más técnicas manuales, y que se desarrolla en el ámbito quirúrgico. Como leí hace algunos años en una entrevista a mi querida Ana González Duque (la doctoraJomeini), es “medicina pura y dura + cirugía”. Es muy amplia (cuatro años de residencia se quedan justitos) y variada. Escogerla no te cierra puertas: la opción de subespecializarte siempre está abierta, y, si tienes interés, no te aburres nunca.¡Y es taaaan bonita! 

No hay gran diferencia entre hospitales en cuanto a cómo se organiza la residencia (al fin y al cabo, uno puede convertirse en un buen anestesista donde sea, si quiere), pero aquí os cuento cómo es en mi hospital. 


- Cómo se organiza la residencia. 

Son 4 veloces años de formación. Quizás deberían ser 5. Tiende a ser bastante uniforme en todos los hospitales, con algunas salvedades. Por ejemplo, en el 12 no se rota en Interna; en La Paz y en La Princesa sí.
Generalmente, en las rotaciones de Anestesia, salvo excepciones (Rea, Dolor crónico, Anestesia Pediátrica) eres el único resi, así que las técnicas las haces tú, sin pelearte con nadie, siempre bajo supervisión de un adjunto.

De R1 rotas 5 meses fuera del Servicio, en orden, o alternando meses de quirófano y fuera de él. Son los siguientes:
-Un mes en Nefrología, en PICs (Partes de Interconsulta) o en la Unidad de Agudos: son trasplantados renales con procesos agudos, o los recién trasplantados al salir de Reanimación, y antes de ir a Planta; una especie de unidad de cuidados intermedios. También es la unidad donde se realiza Hemodiálisis.
- Otro en Cardio, que puede ser en PICs o en Planta.
- Otro en Radiografía de tórax (el subsuelo, que le llamaba yo), donde pasas mañanas enteras, con un horario benevolente, aprendiendo cómo interpretar placas de tórax. Una rotación que en su día me pareció algo aburrida, y sin embargo resulta muy útil.
 - Y 2 meses en Urgencias de Medicina Interna, en el área de Observación-encamados. Un ritmo frenético de trabajo, donde se ven procesos agudos y muchas veces graves, que desde mi punto de vista pueden ser útiles para nosotros: fibrilación auricular, broncoespasmos, shock séptico, síndrome coronario agudo…Cosas que te vas a encontrar en la Rea, o que pueden suceder en un quirófano (aunque el manejo pueda variar, pero es útil para ir sintiéndote médico, ¡por fin!).

Tras esos meses vagando por servicios ajenos, pasas la mayor parte de la residencia en el servicio. De R1 te familiarizas con el quirófano. Rompes vías, ¡muchas vías!, aprendiendo a cogerlas. Te mojas al cambiar los sueros, y se te queda cara de póker la primera vez que te dicen que purgues uno. Por las manchas de cefazolina te reconocerán, y te invadirá la frustración con cada intradural que no seas capaz de pinchar en esas espaldas calcificadas y amorfas. Pero, tranquilo, a todo se aprende ;)

En el 12 sueles hacer 1 mes en quirófano de Trauma, 1 mes en quirófano de Cirugía General, 1 mes en un quirófano donde se hacen ambas cirugías a días alternos, 1 mes en Obstetricia- Paritorio (esta rotación se suele hacer junto a un coR; en las mañanas, este lugar suele ser más bien el Inductorio, pero tranquilo…lo que no pinches entonces lo pincharás en las guardias, a una media de entre 5 y 10 epidurales por guardia), 1 mes en Ginecología, y 1 mes en Consulta de Preanestesia.

De R2 sigues adentrándote en el mundillo anestésico, con mayor profundidad. Yo he pasado 1 mes en quirófano de cirugía Plástica, 1 mes en Trauma-Ortopedia, 1 mes en UDA, 1 mes en Reanimación, 1 mes en CMA, 1 mes en Trauma (fracturas, politraumas), y 2 meses en Anestesia Pediátrica (por una excepción, pero generalmente se hacen 4-5 meses seguidos, de R3). Me queda uno en Cirugía General y otro en Rea (normalmente es uno en Rea, pero yo lo cambié por otro mes en Trauma).

De R3 se hacen muchos críticos. En toda Europa los cuidados críticos son una competencia de los anestesiólogos, pero, por razones históricas, en España existen dos especialidades que hacen críticos: Anestesia e Intensivos. Así que, también por tradición, el grueso de estos pacientes los lleva uno u otro servicio. En el caso de mi hospital, la UCI tiene bastante peso. Así que pertenece a Medicina Intensiva el manejo del postoperatorio del trasplante hepático, el postoperatorio de cirugía cardíaca y el trasplante cardíaco, y el paciente politraumatizado (y su atención inicial hospitalaria). Y en Anestesia llevamos el resto de postoperatorios, y el trasplante pulmonar. El renal, generalmente, no precisa más que un despertar en URPA, y después van a la Unidad de Agudos de Nefrología (cuidados intermedios).
En la MICA, que es la postquirúrgica de cirugía cardíaca, se rota 2 meses. Otros 2 en UCI Politrauma, y 1 mes en la Unidad Coronaria.

De R4, se rota en Cirugía Vascular, Torácica, Cardíaca, Urología, Trasplante, otro mes más en Rea... 


- Rotaciones externas

Lo ideal sería que en la programación de cada residente hubiera de 2 a 4 meses “vacíos” que uno pudiera emplear en hacer rotaciones internas o externas para potenciar su formación en áreas de su interés, o en las que su hospital sea deficitario. Peeeero, ¡ay, amigos!, la cruda realidad en el Doce es que no es así. Tienes que prescindir de algunas rotaciones para poder hacer rotaciones externas. ¿Malo? Sí, pero no tanto. Lo peor del asunto es que puede ser difícil cuadrar la rotación: porque en abril y mayo no se puede por orden del Ministerio, porque en período vacacional hay que cubrir guardias…
Pero realmente perderte un mes o dos no tiene por qué ser tan grave, si te lo puedes montar bien. Por ejemplo, yo perderé uno de los dos meses de MICA para rotar en Vía Aérea Difícil, y uno de quirófano de Cirugía General para hacer bloqueos regionales.
La parte buena es que no te suelen poner pegas para hacer esta clase de rotaciones. Tutores, adjuntos y compañeros te pueden dar información sobre cómo conseguirlas, pero esto es muy Juan Palomo: tienes que buscarlas tú y contactar con los centros o las personas de referencia. No es nada difícil, aunque asuste ;)
Sin haber salido aún, creo que ver cómo se trabaja en otros sitios es muy enriquecedor y necesario.
Hay muchas opciones, y uno mismo va descubriendo qué quiere reforzar conforme avanza la residencia. Las rotaciones externas más habituales son Vía Aérea Difícil y bloqueos periféricos. Otras frecuentes son Cirugía Cardíaca y Rea/UCI. En general, es conveniente solicitarlas con bastante antelación, aunque depende del sitio.
¿Y dónde hacerlas? En España, incluso en la misma ciudad, pero en distinto centro, o en el extranjero (donde, por temas de seguro profesional, generalmente vas de observer). Particularmente, he preferido hacerlas en España porque creo que las voy a aprovechar más. Además, la formación no acaba con la residencia. ¿Que me acaba chiflando cardíaca? Pues de adjunta voy y me especializo, aquí o en el Mount  Sinaí.


Asistencia a cursos, jornadas, congresos…

No conozco de primera mano cómo funcionan en este sentido otros hospitales, aunque sí tengo amigas en otros hospitales y al parecer es similar. Económicamente no nos dan muchas facilidades para asistir a cursos y congresos. Hay muchísimas opciones de formación, si tu bolsillo te lo permite. Sobre todo, conforme avanza la residencia, uno va haciendo algún contacto, y adjuntos que tienen más contacto con casas comerciales a veces sí consiguen ciertas cantidades de dinero para financiación de formación. Pero no es habitual. Mientras vosotros os arruináis de curso en curso, vuestros colegas de Onco y Cardio conocerán los mejores restaurantes de la ciudad de cena en cena. Así de mal repartido está el mundo.
En cuanto al tema organizativo, no suele haber problema. Es decir: en mi hospital, en general, no te ponen pegas para asistir a cursos, sea una mañana o sea una semana entera. Mi tutora suele decirme que “prima siempre la formación”.
Luego está el tema del Diploma Europeo de Anestesia. En mi hospital NO lo preparan. O sea, lo preparas tú si quieres, pagando academia, tipo MIR. Supongo que si en algún centro cuentan con una preparación interna será un plus.


- Sesiones clínicas 

Generalmente hay 3 sesiones a la semana. Todas a las 7.45: lunes, sesión de Anestesia Obstétrica; miércoles, sesión de Anestesia “general” (temas desde farma y fisio, hasta ventilación o temas de Rea, organizada por los resis), y sesión de Residentes del Servicio los viernes, a la que suelen acudir tutores, algún adjunto, y el jefe.
Además, los viernes a las 8.30, después de la otra, hay sesión de Servicio (“de adjuntos”) a la que a veces también acudimos (sobre todo si el tema es de nuestro interés o el nivel es acorde a nuestros conocimientos). Además, hay secciones del Servicio que tienen sus propias sesiones, y donde uno va mientras está rotando allí (o si tiene especial interés, o le da la vida). Pediátrica, por ejemplo, o Unidad del Dolor.
La organización puede variar, sobre todo en cuanto a periodicidad o a qué día de la semana se da la sesión. Repito: no sé cómo se organiza en otros sitios, pero aquí a veces es un poco difícil ir a todas…Hay rotaciones en que la hora de inicio se solapa con la hora de la sesión, o uno está saliente de guardia (aunque por ejemplo en la Mater al adjunto le puedes dejar el busca para ir). No obstante, tampoco supone una enorme pérdida perderse alguna sesión.

Además, una o dos veces al mes se hacen sesiones interhospitalarias con el resto de hospitales de Madrid mediante videoconferencia y chat, que son bastante enriquecedoras. Eso sí, para esas el madrugón es mayor: viernes a las 7.30h.
En cuanto a cuánto tiempo “te quitan” las sesiones. Somos 40 resis en total, lo cual tiene sus pros y contras, pero, en este sentido, al ser tantos, te toca preparar una sesión de vez en cuando, sin resultar agobiante. Yo, por ejemplo, hice una de R1, y de R2 he hecho 2 en dos meses…Bastante asumible.


- Guardias

De R1 comienzas haciendo guardias de Urgencias, en lo que en el Doce llamamos “Agudos”, que viene a ser Observación/Encamados, junto a los coRs de especialidades médicas. Se hacen en teoría durante todo R1, unas 3-4 al mes, aunque a partir de enero empezamos con las guardias de especialidad y, si quieres, puedes ir haciendo menos de Urgencias (hay a quien no le gustan nada y en enero ya no pasa por allí). En mi caso, de R1 hice la primera de Anestesia, así que hice como 3 de Agudos, y así fui hasta que tuve 2-3 de Anestesia, y entonces ya hacía una o ninguna en la Urgencia. Esto va un poco “al gusto del consumidor”: seguirás o no pasando por allí según lo que las aproveches, desde el punto de vista médico, social, o económico.
Contaros cómo son las guardias de Agudos me llevaría un post entero, así que si hay alguien especialmente interesado le contaré con mucho gusto de forma privada.

Y bien: año nuevo, guardias nuevas :)  Bienvenidos en enero a las guardias de Anestesia. ¡Por fin! Bastantes veces se duerme, aunque por la tarde no se para; se ven muchos casos (y muy complejos y evolucionados, y esto también en el día a día) y se hacen muchas técnicas.
Hay 5 puestos de guardia al día: Mater, Quirófano (1 resi pequeño y 1 mayor), Reanimación, Niños. De R1-2 haces sobre todo mater y peque, luego Rea, y una vez que has rotado en Pediátrica, a partir de R3, allí también. Suelen hacerse 4-5 guardias al mes (a veces 6-7, en vacaciones, pero no se lleva tan mal como pueda parecer). E importantísimo: se libran todas.

Puedo contaros brevemente lo que conozco hasta ahora.

- En las guardias de General (Quirófano) generalmente no se para, se hace una cirugía tras otra: Cirugía General (obstruidos y perforados, apendicitis, colecistitis aguda), Vascular (amputaciones por isquemia aguda de miembros, aneurisma roto), Trauma (fractura de cadera, reducción bajo anestesia general de luxaciones), Maxilofacial y ORL (abscesos maxilares, cervicales, epistaxis o hemorragias en postoperatorio inmediato), Neurocirugía, Uro… ¡De todo! Como os decía, hay siempre otro resi de guardia contigo, y varios adjuntos que se suelen turnar. Nunca estás solo.
- En las guardias de Mater coges mucha soltura. Sobre todo se hace analgesia obstétrica, una epidural tras otra (al final las pones casi con los ojos cerrados xD), pero también cesáreas urgentes y emergentes, y otras urgencias relacionadas con patología obstétrica y ginecológica. Preeclampsia, eclampsia y síndrome HELLP, hemorragias obstétricas… ¡No te aburres! Aunque también hay guardias tranquilas en las que te da tiempo a estudiar, leer, monear, o que las enfermeras y las matronas te inviten a merendar jajaja. Además, a mí me parece bastante gratificante: es increíble cómo les cambia la cara a las pobres parturientas cuando les quitas el dolor :D

- En las guardias de Rea a veces hay papeleo (altas de URPA), lo cual es un poco rollo. Pero por lo demás, se trata de una guardia en la UCI postquirúrgica, con lo cual se ven pacientes graves, y, a veces, muy puerros (palabrota que viene a significar que el paciente en cuestión tiene todas las comorbilidades y complicaciones del mundo mundial). También está el paciente trasplantado de pulmón, y se aprende a manejar complicaciones postoperatorias inmediatas (naúseas y vómitos, dolor, síncopes, bradiarritmias-taquiarritmias, hemorragias…). Complejo, pero muy bonito. Llevo poco rodaje aquí como para poder contaros más.

De Niños y de Trasplante no puedo contaros aún (me quedan casi dos mesecitos muy ricos de ser resi pequeña, ¡tengo que disfrutarlos!).


- Horario normal

Los quirófanos suelen comenzar a las 8.30. Claro que hay que llegar antes para ir viendo al paciente en el antequirófano, preparar la medicación, comprobar que respirador y carro de vía aérea están listos…
Las cirugías se programan de acuerdo a una duración estimada. A veces se alargan…y a veces son más cortas de lo esperado, o algún paciente tiene un proceso intercurrente que obliga a suspender la cirugía programada, y entonces ese día, ¡fiesta!, sales más temprano de lo esperado. Pero en general, tenemos un maravilloso horario fijo. Si el parte programado se prolonga, a las 14.45 los anestesistas de guardia o de tarde te sustituyen y te vas a casa. Toda la tarde disponible para estudiar, hacer deporte, planchar (o plancharte tú en el sofá)...En definitiva, para no sentir que lo único que haces con tu vida es estar en el hospital.


- En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad…

Para terminar, os hago un mix de pros y contras, cosas que yo cambiaría si pudiera, y minucias y detalles. Tenéis que partir de la base de que ningún hospital es perfecto. Y si lo encontráis, por favor, venís y me lleváis a verlo y a dar saltos de alegría. Vayáis donde vayáis encontraréis que vuestro servicio tiene sus más y sus menos.

-          - La comida está rica. Quienes han trabajado en otros sitios, dicen que es de las mejores. Obviamente te cansas de todo, y más cuando haces 4 guardias en 10 días, pero no está nada mal. Hay buffet de ensaladas y otros dos primeros para elegir, y 3 segundos.
-          - El Doce está muy bien comunicado. La línea amarilla es una maravilla, y al centro no hay más de 15 minutos en metro. Hay también muchos buses y estación de cercanías que te deja en cinco minutos de reloj en Atocha. Y si vienes en coche, en la M30 vas en sentido contrario al resto del mundo, por lo que tardas poquísimo. Hay varios parking descubiertos gratuitos para personal, que se llenan pronto. Pero solemos venir temprano…Y, si no, el parking cubierto cuesta 1 euro 24 horas (36h si estás de guardia).
-          - Tenemos una población “especial”. Puede ser un pro y un contra. El nivel socioeconómico de parte del área sanitaria 11, que es la nuestra, es tirando a bajito. Encontraréis pacientes cuya última preocupación es la salud, por unos u otros motivos, por lo que se ven patologías muy evolucionadas. Desarrollas un ojo clínico y unas habilidades comunicativas que otros lugares no te permitirían.
-          - Periodos vacacionales. Prima la formación…pero aquí prima la labor asistencial, y os veréis en verano cubriendo huecos en consulta, o en UDA, o en quirófanos al azar. Por cierto, yo mejoraría la rotación en Preanestesia. Tiene mucha más importancia de la que se le pueda dar. Otro plus: si quieres, vacaciones de 1 semana en Navidad y en Semana Santa (en lugar de días de libre disposición). 
-          - Es un hospital “de batalla”, y el de referencia del sur de Madrid. Tenemos un gran volumen de pacientes (700000 personas forman parte del área 11, si no me falla la memoria), y por tanto se trabaja muchísimo. Vas a ver de todo (no te temblarán las piernas cuando estés solito, como adjunto recién estrenado, en un comarcal perdido de la mano de Dios), y sabrás defenderte en muchísimas situaciones. Siempre teniendo en cuenta la poderosa influencia del azar, que hará que tu coerre haya tenido 10 heridos por arma de fuego y tú uno o cero.
-          - Yo le llamo “el mastodonte”, porque es un hospital gigante, como así lo demuestran las 15 plantas de la General.  Con la desventaja de que a veces puede ser algo impersonal y de que todo está muy subespecializado (por ejemplo, las traqueostomías en Rea las hacen los otorrinos). Viniendo de un sitio pequeño-mediano a mí esto me afectó, aunque sabía a lo que venía, pero es un mal menor. Sin duda.
-          - Tenemos una Unidad del Dolor muy joven y potente. Eso es un súper plus. Podéis cotillear en dolopedia.com. También la unidad de Trasplantes y la de Hipertensión Pulmonar, referencia nacional.
-          - Por último, el ambiente en general es joven, desenfadado y muy bueno. Se trabaja bastante a gusto :)


Y bueno...¡creo que esto es todo! Al menos todo lo que se me ocurre ahora. Espero que os haya sido de ayuda, que os hayan entrado ganas de convertiros en nuestros peques, y que os haya servido para conocer un poquito más de cerca el lado oscuro del quirófano :) 
Cualquier cosilla, respondo antes o después en cuandoestesenvenablog@gmail.com

Mucha suerte a los R cero: ¡en menos que canta un gallo nos tenéis cotilleando la web del Ministerio para ver quién se viene al 12!






domingo, 6 de marzo de 2016

El último mes del año

Los calendarios juraban y perjuraban que era diciembre. A trescientos metros de un colchón al que le faltas tú por todos lados había más de siete lunas riéndose de los mortales, columpiándose sobre Gran Vía. Las aceras atestadas, saqueadas las cuentas corrientes. A doscientos kilómetros era noche cerrada, gélido el aire; pero en este otoño eterno no tuve más remedio que cerrar los ojos para que se abriese ante mí el mismo cielo que allí lucía, plagado de estrellas que le bailaban al invierno en un intento de seducirle. Allí, al día siguiente, amanecerían con las pestañas escarchadas; se desperezaría sin prisa esa luz de invierno que es pura magia, y a la que yo, en esta calle tan estrecha, tengo que rogarle para que entre por mi ventana.

Insistían en que había llegado el último mes del año, y lo cierto era que con el paso de los días los adoquines de la Plaza Mayor habían ido echando de menos a los protagonistas de aquel domingo, y de más al exceso de adornos y brillos. Pero yo no terminaba de creérmelo. Así que, para ponerme en situación, tras un café con vistas y una despedida acelerada por los semáforos, decidí hacerme con algo de atrezzo y busqué un árbol de Navidad. “Están agotados”, me dijeron. Claro: yo buscaba uno tamaño piso de Madrid. Me quedé compuesta y sin conífera, y sin ganas, pero terminaron mis pies deteniéndose irremediablemente ante aquel escaparate frente al que un día bailé, donde sin buscarme me reencuentro entre laberintos de papel. Mientras aquí yo bailaba, a un rato de tren tú luchabas contra ese viento del que tanto hablan y te preguntabas cómo demonios fue que dejaste escapar a la chica.

Al día siguiente era una especie de lunes y amanecía rojo. Era inicio de mes, cambiábamos de rotación: Anestesia Pediátrica. Para la ocasión me había comprado una estrella amarilla y algo hortera, de las que se prenden en los zuecos y que se iluminaba con mis andares. Y así, entre fenta en jeringas de insulina, en la menuda cotidianidad de aquel edificio, fui poco a poco creyéndome que de verdad estábamos en diciembre. Había abetos en los controles, guirnaldas hechas de minúsculos calcetines pendiendo del techo de Neonatología, cartas sin fin escribiéndose a los Reyes Magos entre cuatro paredes y bajo una mascarilla de aislamiento. Océanos en los muros: pulpos, tortugas, estrellas de mar; todos en busca de Nemo. Canalizar vías allí era parecido a practicar artes adivinatorias. En el antequirófano compartían espacio cunas y camas, carcajadas y berrinches, canciones cuya letra sólo quedaba al alcance de un puñado de privilegiados conocedores de la jerga de guardería. Muñecos amarillos de ojos saltones y gélidas princesas saludaban cada mañana desde las paredes, y había cajas vacías de ampollas y llenas de rotus para colorear la espera. Allí se juega al despiste: se camuflan los miligramos de midazolam bajo sabores familiares. “Prefiero el Dalsy, pero no me des mucho de eso que ya estoy bastante atontado”. A este pequeño reincidente no le íbamos a engañar :D

Mientras tanto, yo también escribí a los Reyes: les pedí poesía y frío, para que temblases tú también y volvieras para rogarme calor. No me hicieron mucho caso. Así que me olvidé de bufandas, me quedé con la prosa, y decidí robar unos cuantos momentos de aquellos sesenta días para dejarlos clavados en el mural de mi memoria. Me llevé a Tina, con sus dos coletas y su traqueostomía, que me chocaba los cinco y se venía, otra vez, a soplar el globo verde que huele a pedo de dragón. Hubiera querido llevarme puestas las pestañas de Neko, la suavidad de los piececitos de Inés. Me quedé con las ganas de ver los ojos azules de Laura tras poner en funcionamiento su implante coclear. Me llevé unos bailes antes de hacer una intra con la canción que a Daisy le hacía recordar a su papá, tan lejos. Me traje una sonrisa enorme a corazón abierto. Y una lágrima encerrada en mi garganta como Pablo en su cuna, empapelada con algún santo al que encomendarse y con dibujos que firmaban hermanos que probablemente ni él ni yo íbamos a conocer jamás. 

El último mes del año, como el midazolam, trataba de despistarnos con demasiado sol y muchas prisas. Sesenta días y esos locos bajitos se encargaron de bajarme a la Tierra. Me recordaron que entre la enfermedad y la tragedia, entre tanto dolor y la maldita mala suerte, se asoma, como el frío en este invierno tardío, mucha vida.


"A veces se me olvida que sólo soy espectador"






lunes, 25 de enero de 2016

Retales de un trayecto de viernes

Me gusta conducir. Era el eslogan de un conocido anuncio, pero me lo apropio porque así es. Me encanta agarrar el volante, cambiar de marcha, bajar ventanillas, acelerar, desviar la mirada hacia el retrovisor (por si nos cruzamos). Cantar a pleno pulmón. Dejar rodar mejilla abajo alguna lágrima traviesa si por el altavoz se escapan letras de las que se hunden en la tripa, y allí, enganchadas, se quedan. Guardar la distancia de seguridad lo mejor que puedo, y también aporrear con furia el claxon cuando algún imprudente me adelanta por la derecha o hace alguna genialidad. Que soy consciente de que da igual, pero yo me quedo más ancha que larga. No iba a ser todo romanticismo y armonía.

Hace tiempo decidí que trataría de hacer mis lunes menos lunes. Hoy lo hice conduciendo, desperezándome con la noticia de un terremoto en Melilla. El anterior ignorando a las malas y distractoras lenguas que se empeñan en crear días para todo cuando luego no celebran nada: pasé del blue Monday (rebelde sin causa que es una) y fui feliz intubando por primera vez con Airtraq, y después preferí acelerar la semana hasta mi improvisado grey Friday. Gris era el asfalto, como el plúmbeo y espeso cielo cargado de nubes que se niegan a llovernos. Y mira que yo le pedí a los Reyes poesía, y frío, para que temblases tú también y entonces volvieras para rogarme calor. Pero nada, no hay manera: los abrigos se aburren en los percheros, las cervezas se toman al sol este enero. Habrá que nadar contracorriente, rumbo al norte. Y ponerse la sonrisa los lunes por la mañana, y los domingos, aunque amarguen. Y colgarse una mochila preciosa que me dejó Melchor, y que voy a llenar de recuerdos y de todo lo que seremos mientras continúo persiguiendo estrellas. Seremos un café improvisado en este lunes cualquiera; seremos groupies que se quedan sin habla a cincuenta centímetros de sus cuerdas y su garganta; seremos sirenas modernas y cosmopolitas. Seremos estrellas del rock que siguen bailando con los pies en quirófano mientras el globo verde se llena de sueños otra mañana.

...Conducía. Sonaba Salitre. Aceleré tomando a derechas la curva donde una vez nacimos de nuevo. Seguía rodeada de gris aquel viernes, pero al fondo, al oeste, se abría una brecha de fuego. Claro, la luz. Cómo no si estaba llegando a casa. Los abrazos, claridad, arroz negro, y una vida a punto de empezar; cercos de humedad en las calles y bajo mis pupilas: aquí sí ha debido caer algo. El amor incondicional de la Gorda en el reencuentro, y siempre. Aunque disfruta de lo efímero de la emoción: ya está roncando de nuevo a mis pies, en una siesta perezosa. 
Qué si no en una tarde de viernes.

...Quizás el mar. O dos mochilas recorriendo un mundo entre el tira y afloja de viajar con guía o dejarse perder. O unas crepes en la Bretaña, o en Malasaña, qué más da.


Con quién mejor que contigo, le mentí. 




"...Algunas flores crecen en las dunas,
sube la marea
y se hacen invisibles.
  
Algunas duermen a la luz de la luna, 
persiguiendo sueños imposibles.

[...] De alguna manera 
tendré que olvidarte,
tengo que olvidarte
 de alguna manera".