miércoles, 22 de abril de 2020

Quédate en casa


Bendito balcón. Está lloviendo, y eso siempre me calma. He encendido una vela, a medio camino entre este recogimiento forzoso y la plegaria. Me sigo sorprendiendo a mí misma con mi capacidad de actividad: se me pasa el confinamiento volando. No me dan los días para tanto. Hoy por primera vez me he sentado a escribir. A vaciarme . Y mi respiración se ha enlentecido, el nudo del estómago se ha aflojado un poco, y la fuerza parece querer renacer. Menos mal: la necesito.

Estoy sola, pero se está tan bien en casa. Soy plenamente consciente de que estas horas de soledad y de relativa paz no son más que una tregua. A mi hospital el virus se acerca con menos prisa; ha tenido la deferencia de darnos un margen para prepararnos. Así que estoy descansando, comiendo sano, bailando en el pasillo, quedando “a tomar algo” por videollamada. Estudiando mucho, y tratando de no ver todos los días el telediario. Este impasse me da espacio para poder enfrentarme a esta batalla.
Me llegan mensajes, muchos “cómo estás”. Mi prima me manda clases de ballet, y vídeos sobre respiradores que sus colegas ingenieros inventan contrarreloj.

Intento no pensarlo mucho, mientras en esta ventanita veo cómo cada cual “sufre” el encierro a su manera. Os cambio dos meses de claustro por lo que viven mis compañeros en cualquier hospital de Madrid, os lo cambio por la incertidumbre que me aplasta porque aún ni me imagino a qué me voy a enfrentar en los próximos días.
Intento no pensarlo mucho porque la pena me atraviesa, la rabia me parte y el miedo me encoge. Intento estudiar bastante y, a pesar de todo, consigo apasionarme haciéndolo, porque ayudar, calmar, salvar, luchar, es lo que llevo tratando de hacer desde hace seis años en mi día a día en el hospital. Y ahora se hace cuesta arriba: porque duele, porque pesa la impotencia, porque tenemos todos mucho por vivir y no queremos dejarnos nada, ni a nadie. Porque no queremos elegir quién vive y quién muere solo y aislado. Pero lo hacemos, porque no queda otra.
Porque nos ha pillado por sorpresa. Porque a pesar de la precariedad, de la inseguridad, de la desprotección, estamos ahí para vosotros. Así que quedaos en casa: se está tan bien. Encended vuestra vela. Luchemos todos, cada uno desde su posición.
Puede que así todo vaya menos mal.

Hace días que no va bien, y, a pesar de ello, juraría que ayer me saludaste desde arriba.  Creo que decías: “Eh, estoy aquí. Todo va a ir bien”. Te sigo pensando, y creo que lo haré toda mi vida.

21 de marzo de 2020

miércoles, 1 de abril de 2020

De la primavera que vivimos en los balcones

Escribo en la habitación del balcón. La que mi hermano ha dejado vacía: le hice volver a casa tan pronto anunciaron la suspensión de las clases, antes de que todo estallase. Se me hace raro estar aquí sin él.
Durante este día tan largo se colaba por el cristal la luz cegadora de una primavera inminente, y quizá la más extraña que nos ha tocado vivir. Este balcón de mi casa se asoma a un Madrid vacío, a un silencio que, en pleno centro de la ciudad, resulta sobrecogedor por inusual.

A las diez de la noche habéis roto esta quietud casi fantasmal. Los aplausos han cruzado el cielo del país de norte a sur, de este a oeste. Nos habéis alentado. Nos habéis emocionado. Nos habéis inyectado fuerza para ir a por todas contra él, nos habéis demostrado que sí, os hacéis responsables y os quedáis en casa para que, sí, podamos atenderos a todos. Nos habéis reconocido un peso que los recortes en Sanidad Pública quisieron aligerar, y que, se ha demostrado, no se puede.

Creo que jamás se han concentrado en mi corazón tantas emociones en tan pocos días.

* Vuelvo por aquí en mitad de la tormenta. Algún día, cuando todo quede muy lejos, me gustará leer esto.