Está dormida, hecha un ovillo. Y tan suave, y tan enroscada sobre sí
misma, que no se sabe dónde acaba el perro y dónde empieza la manta. La
placidez y la quietud de sus siestas sólo la interrumpe algún ronquido, de vez
en cuando. A veces un ronroneo, otras un terremoto en sus pezuñas. Entonces
creo que debe estar soñando que corretea libre por el campo. O que hemos vuelto
a casa después de que haya pasado todo el día sola. O quizás, no te engañes,
con lo que sueña es con un grueso entrecot.
Emite un suspiro que hace tambalear sus mofletes, deshace el lío que forman sus cuatro patas, y levanta la cabeza: se ha despertado. Volviendo en sí, se incorpora y se estira, poniendo el culo en pompa. Se sacude enérgicamente, y moviendo el rabo con una dulce parsimonia se dirige hacia mamá, que me tiene al otro lado del teléfono. Apoya la cabeza en sus muslos con una ternura y una delicadeza que dudo que en la vida vuelva a ofrecerme nadie tan inmensas y desinteresadas.
Bajo sus pestañas rubias, dos ojitos deslustrados por incipientes cataratas miran amorosos a mamá, mientras bate el aire describiendo círculos con su cola. Tiene un bigote, uno solo de sus bigotes, negro como el carbón, y a pesar de esa anecdótica oscuridad emana luz. Presiona con el morro sus piernas, llena de amor y melancolía. Como si supiera que llueve en Madrid. Y aquí también: a mil kilómetros de todo, y de nada.
Emite un suspiro que hace tambalear sus mofletes, deshace el lío que forman sus cuatro patas, y levanta la cabeza: se ha despertado. Volviendo en sí, se incorpora y se estira, poniendo el culo en pompa. Se sacude enérgicamente, y moviendo el rabo con una dulce parsimonia se dirige hacia mamá, que me tiene al otro lado del teléfono. Apoya la cabeza en sus muslos con una ternura y una delicadeza que dudo que en la vida vuelva a ofrecerme nadie tan inmensas y desinteresadas.
Bajo sus pestañas rubias, dos ojitos deslustrados por incipientes cataratas miran amorosos a mamá, mientras bate el aire describiendo círculos con su cola. Tiene un bigote, uno solo de sus bigotes, negro como el carbón, y a pesar de esa anecdótica oscuridad emana luz. Presiona con el morro sus piernas, llena de amor y melancolía. Como si supiera que llueve en Madrid. Y aquí también: a mil kilómetros de todo, y de nada.
Estoy a mil kilómetros de ella, y de vosotros. Y quizás de él, que
también ha pasado la tormenta entre libros y plazos.
Tengo distancia, y tengo por delante cuatro semanas para echar de menos la ciudad a la que
odio volver los domingos, y que sin embargo me enreda los lunes. Pero tengo las
primeras castañas asadas en el bolsillo, calentándome unas manos que se enfrían
sin ti. Tengo dos balcones, y vivo enfrente del Casino. Voy caminando al
trabajo mientras me desperezo con el frío de la mañana. Hay un cuadro en el
salón que debiera ser París, desde donde me miran unos caballeros de bigote
afilado, corbata y bombín, con el cigarrillo a medias, que beben café
americano. Apenas si estamos buscando a tientas el olor a mandarinas, y sin embargo
la nieve ya se ha dejado ver en el Pirineo. Y ahí fuera las luces son naranjas,
y está lloviendo, y yo me imagino a Salvador y a Gala bailando charlestón en
mitad de su locura, que es un poco la de todos.
Tengo un noviembre precioso, que
aguarda cargado de hayedos y carreteras, de una visita a un museo extravagante, de cafés a la orilla de un lago, de
nieve y de mar. De fortalezas. Las del sur de Francia, y las mías, que pienso
seguir explorando. Que tengo ganas de aprender, y de pincharlo todo. Tengo la
clínica en vena, y ya me guardé la historia de Charo, al marido de Pura, los
bombones que trajo María en el michelín, los tejemanejes ganaderos de Josep.
Vamos a bloquearlo todo, excepto a
mí.
Yo…yo pienso desbordarme.
:)
I´m gonna make this place your home