Hace poco más de un mes que he cambiado el metro por las cuatro ruedas. Que
hago muchos kilómetros al día para ir a trabajar a un hospital con vistas, y sonrío cuando mis dos ciudades me reciben con su horizonte
imponente. Que en mi tarjeta ya no pone "Médico
Residente de Anestesiología y Reanimación".
La noche del dieciocho de mayo quería haberme hecho la poeta, y haber
hecho lo mismo que mi querido doctor Pozo el día de su despedida. Que agarró
una servilleta en la mesa de cualquier bar, y se puso a coser recuerdos. Pero,
en mi caso, aquella tarde eran las ocho menos veinte y yo tecleaba a toda leche
esperando a que se me secaran las uñas. Como siempre, last minute, mi
especialidad: improvisar, tener un plan B.
Sentía la necesidad de contarles algunas cosas y agradecerles otras tantas
a todas las personas que, de un modo u otro, formaron parte de algo tan
grande.
Les conté que la primera vez que, temprano, me topé con la mañana fría al
salir a la superficie desde la boca de metro, sonreí. “Hospital 12 de octubre”,
había anunciado la megafonía. El lugar por el que tanto habíamos luchado se
recortaba contra el cielo nada más salir. Habíamos logrado
llegar a tener la oportunidad de convertirnos en anestesiólogos en un gran
hospital.
Recuerdo una de aquellas primeras mañanas. Al cruzar las puertas
automáticas, escuché a una señora, familiar de paciente, supongo, decir: “Qué mierda todo, Paco”. Y es que sí, quizás, un poco: recién salidos
del MIR, ingenuos, aterrizábamos en la vida, y por fin, de verdad, en el
hospital. No teníamos ni idea de cuántas miserias ajenas, soledades, malas
noticias y noches en vela íbamos a ser testigos.
Podíamos imaginar, pero no sabíamos, lo que nos
cambiarían estos cuatro años.
Durante este tiempo nuestros adjuntos y mayores nos habéis guiado. Nos habéis acompañado, llevándonos de la mano y siempre
vigilantes al principio, dejándonos abrir las alas después.
Vivimos el subidón de las primeras veces: la primera
intra, la primera central. Las arterias rebeldes, el tubo al esófago. La
primera sonrisa, las primeras veces que ayudamos a calmar el miedo de un
paciente. Las primeras epidurales: cómo les cambia la cara al hacer magia y
quitar el dolor. El primer vuelo solos, aquellas veces en que decíais: “venga,
induce" y nos dabais la batea con la medicación. Los niños: frágiles,
suaves, buscando vías como quien busca un tesoro en esas manos rechonchas y
nuevas. La Rea, los pulmones: a veces en la cama 12, otras casi en literas. El
frío de los Moreno, el calor subiendo y bajando plantas pasando la UDA. Las
endoscopias, las laparoscopias en el 34 a las cuatro de la mañana, que no hay
guardia sin doble J.
Y, sin darnos cuenta, los veintipocos se convirtieron en veintitantos. Sufrimos un terremoto del que salimos ilesos, y nos
hicimos todos más fuertes. Ya no tenemos miedo, o al menos no tanto. Nos habéis
enseñado a mantener la calma, a liderar, a comunicar, a dormir, y también a no
dejar de soñar mientras cuidábamos de los sueños ajenos.
Han sido cuatro primaveras fugaces en esta acera. Pero
ahora comienza el despegue, sale otro avión. Nos quedaremos, o no, en esta ciudad tela de
araña de la que yo, hoy, no quiero huir. Echaremos de menos al edificio
mastodóntico de quince alturas que se ha
convertido en casa. Ahora seremos un poco nómadas, o no: nadie sabe dónde
andaremos mañana.
A nosotros, que somos las últimas ascuas de los 80,
que aún aprendimos a diferenciar izquierda y derecha con Barrio Sésamo, y,
en cambio, nos hemos convertido en los millenial, la generación del Smartphone,
los que se pierden por la calle si no llevan Google Maps, nos toca echar a
andar sin mapa, nuestro mapa: vosotros.
Nos toca salir. Arriesgar. Levantar el cordón y cruzar
más allá del perímetro de seguridad.
Que todo lo que nos de miedo sea no estar mañana. Lo
demás, amigos, lo demás lo tenemos hecho.
No podemos saber dónde llegaremos, pero sí tendremos una preciosa
certeza: de dónde venimos, y dónde
permanecerá siempre un cachito de nuestro corazón. Diremos, allá donde vayamos,
con orgullo, que “somos del 12”.
Coerres, resis pequeños y mayores, adjuntos y MAESTROS, Enfermería y auxis, Real Cuerpo de Celadores, cirujanos lectores y no lectores, nuestra secre breve de la sonrisa eterna. No acabaría nunca en una lista interminable: ya sabéis quiénes sois.
GRACIAS, en mayúsculas, a todos, por tanto.
:)
Coerres, resis pequeños y mayores, adjuntos y MAESTROS, Enfermería y auxis, Real Cuerpo de Celadores, cirujanos lectores y no lectores, nuestra secre breve de la sonrisa eterna. No acabaría nunca en una lista interminable: ya sabéis quiénes sois.
GRACIAS, en mayúsculas, a todos, por tanto.
:)
Los días están contados,
no hay más que temer,
tan sólo seremos libres
cuando no haya más que perder.
Se lo llevó la tormenta y el tiempo,
nada se pudo salvar,
sólo quedó una chispa de luz
y es hora de volver a empezar.