Me gusta
conducir. Era el eslogan de un conocido anuncio, pero me lo apropio porque así
es. Me encanta agarrar el volante, cambiar de marcha, bajar ventanillas, acelerar,
desviar la mirada hacia el retrovisor (por si nos cruzamos). Cantar a pleno
pulmón. Dejar rodar mejilla abajo alguna lágrima traviesa si por el altavoz se
escapan letras de las que se hunden en la tripa, y allí, enganchadas, se
quedan. Guardar la distancia de
seguridad lo mejor que puedo, y también aporrear con furia el claxon cuando
algún imprudente me adelanta por la derecha o hace alguna genialidad. Que soy
consciente de que da igual, pero yo me quedo más ancha que larga. No iba a ser
todo romanticismo y armonía.
Hace
tiempo decidí que trataría de hacer mis lunes menos lunes. Hoy lo hice
conduciendo, desperezándome con la noticia de un terremoto en Melilla. El
anterior ignorando a las malas y distractoras lenguas que se empeñan en crear
días para todo cuando luego no celebran nada: pasé del blue Monday (rebelde sin
causa que es una) y fui feliz intubando por primera vez con Airtraq, y después
preferí acelerar la semana hasta mi improvisado grey Friday. Gris era el asfalto, como el
plúmbeo y espeso cielo cargado de nubes que se niegan a llovernos. Y mira que
yo le pedí a los Reyes poesía, y frío, para que temblases tú también y entonces
volvieras para rogarme calor. Pero nada, no hay manera: los abrigos se aburren
en los percheros, las cervezas se toman al sol este enero. Habrá que nadar
contracorriente, rumbo al norte. Y ponerse la sonrisa los lunes por la mañana,
y los domingos, aunque amarguen. Y colgarse una mochila preciosa que me dejó
Melchor, y que voy a llenar de recuerdos y de todo lo que seremos mientras continúo persiguiendo
estrellas. Seremos un café improvisado en este lunes cualquiera; seremos groupies que se quedan sin
habla a cincuenta centímetros de sus cuerdas y su garganta; seremos sirenas modernas y cosmopolitas. Seremos estrellas del rock que siguen bailando con los
pies en quirófano mientras el globo verde se llena de sueños otra mañana.
...Conducía.
Sonaba Salitre. Aceleré tomando a derechas la curva donde una vez nacimos de
nuevo. Seguía rodeada de gris aquel viernes, pero al fondo, al oeste, se abría
una brecha de fuego. Claro, la luz. Cómo no si estaba llegando a casa. Los
abrazos, claridad, arroz negro, y una vida a punto de empezar; cercos de
humedad en las calles y bajo mis pupilas: aquí sí ha debido caer algo. El amor
incondicional de la Gorda en el reencuentro, y siempre. Aunque disfruta de lo efímero de la emoción: ya está roncando de nuevo a mis pies, en una siesta perezosa.
Qué si no en una tarde de viernes.
...Quizás el
mar. O dos mochilas recorriendo un mundo entre el tira y afloja de viajar con guía o dejarse perder. O unas crepes en la Bretaña, o en
Malasaña, qué más da.
Con quién
mejor que contigo, le mentí.
"...Algunas flores crecen en las dunas,
sube la marea
y se hacen invisibles.
Algunas duermen a la luz de la luna,
persiguiendo sueños imposibles.
[...] De alguna manera
tendré que olvidarte,
tengo que olvidarte
de alguna manera".
No hay comentarios:
Publicar un comentario