Abre la
puerta, y entra, saludando con un buenoh díah disonante con la cerrada
entonación que caracteriza al acento de esta tierra. Toma asiento y sonríe.
Puede que sea la primera paciente de la consulta que esta mañana sonríe. No es
muy común en Dolor. Tiene sesenta y tantos, los labios pintados, el pelo recién
arreglado. Está guapa. No está enamorada, confiesa, pero le brillan los ojos. Y
es que dice que mejor sola que mal acompañada. Y qué razón lleva. Tanta como dolor
tenía: un marido cabrón, muchos muertos a sus espaldas, y esas manos machacadas.
Pero ya no
duele, o no tanto. Ahora Charo mueve las manos con cierta y novísima soltura.
Las extiende sobre la mesa: “Mire, doctor, cómo puedo estirar ahora los dedos”.
Nos cuenta que hace bolsos: que se los compran las vecinas en negocios de
escalera. Dice que se los quitan de las manos, que vuelan.
Como ella. Que
se ha ido lamiendo heridas, y logró cambiar de piel con ese tiempo que todo lo
cura, ganas y un empujoncito de corticoides. Rescató la sonrisa, y ahora vuela.
Como su
hermana, cuya pronta visita espera. Que volverá, dejando allá el sur del sur,
para devolverle los recuerdos felices de una infancia compartida entre luz y
geranios.
"¿Y por qué
no vas tú a verla a Argentina?", inquirimos.
"Si yo iría,
doctor. Aunque fuera a la playita unos días, a Benidorm, ¿pero dónde voy sola?",
se pregunta en la réplica.
Me limité a
esbozar una tímida sonrisa, y no se lo dije. Pero irás donde quieras, Charo; tú, que te sacudes de encima duelos y
fantasmas, ya hace tiempo que
desplegaste con fuerza tus alas.
Se marcha
con deberes: ha de cogerse un tren con destino Barcelona, y ha de buscar unas
ruinas romanas cercanas a la catedral. Que se lleve a su hermana, le decimos.
Que por algo se empieza, y mejor acompañada esta vez, que tan sola.
Sé que los
llevará a cabo.
Se marcha y
se despide igual que llegó: sonriendo.
...Noviembre me trajo tanto o más de lo que prometía. También mi primer contacto con la consulta de Dolor, allá en Figueras :)
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